viernes, 25 de enero de 2008

Años 1990 y 2000

Año 1990.
Hubo Capitulo, al hacer la tabla capitular el Padre Félix me preguntó si deseaba seguir en Huancayo, le dije que sí, pues quería ver la obra terminada, pero no fue así, porque me cambiaron a Huaraz.

El motivo fue que el P. Luis Ayala tenía muchos deseos de ser Guardián de Huancayo, porque había sido uno de los promotores de la construcción del Templo de la Inmaculada y nunca había sido su Guardián, por ese motivo me “rayaron” de Huancayo y así el Padre Luís pudo cumplir con su sueño.

El FRIMPO.
Un poco antes del trienio que estuve en Huancayo, el P. Benjamín Tapia estaba muy abocado en experimentar el FRIMPO (Fraternidad inmersa en Medios populares), se comprometieron en este experimento el Padre Mario Brown y el P. Alfonso Malaver.

Escogieron el Pueblo de Antapampa, ubicado en la margen derecha del río Mantaro, el lugar era una pintoresca quebrada interior, no muy distante de Huancayo, en una pequeña casita prestada por la familia Salazar, con un patio interior rodeado de habitaciones: cocina-comedor, dos dormitorios y un servicio higiénico artesanal. Carecía de agua potable y había que ir con baldes a buscarla a la quebrada, a la salida del pueblo, y tenía una excelente luz eléctrica.

El pueblo tenía una pequeña capilla dedicada a la Santísima Virgen, la vestían con ropajes y sombrero al estilo de las mujeres del lugar. Visité varias veces este lugar, realmente era un precioso pueblo serrano de gente amable, piadosa y muy feliz de tener entre sus vecinos a dos padrecitos.

Los padres visitaban los caseríos vecinos y los asistían en sus necesidades sacramentales. Los martes de cada semana venían, unas veces a pie y otras en el “Buen Gente” (una camioneta) a la Inmaculada, en este día no teníamos atención al público, y lo dedicábamos a nosotros, a nuestros asuntos.

Todas las semanas teníamos ya un plan establecido: misa a las siete de la mañana, a las nueve nos íbamos a dar un baño sauna, tomábamos un cebiche, almorzábamos en el convento, hacíamos un rato de siesta y, por la tarde, con el carro del convento nos poníamos en camino al convento de Ocopa, al pasar por Concepción o Matahuasi tomábamos un helado. Visitábamos a los frailes, a veces no encontrábamos a ninguno pero, como era casa conocida, entrábamos en el comedor y nos servíamos un café, recogíamos un porongo de leche de la vaquería, y la ropa de la lavandería, y dejábamos la usada.

Había en Ocopa tres perros de la raza “pastor alemán”, el menor, de nombre “Lobo”, de pelo negro, todavía estaba en pleno desarrollo y estaba creciendo muy bien. Como los canes me conocían, les habría la puerta y se venían conmigo a pasear por la huerta, si es que no estaba Goiko.

A Lorenzo García parecía que no le gustaban los perros y les gritaba, por lo que el “Lobo”, todavía menor de edad canina, le tomó miedo y cada vez que lo veía, el pobre animal se escondía o se me arrimaba para ponerse al amparo de mi protección. Pero creció y se hizo adulto, ya se sentía seguro y el miedo se le había pasado.

Cuando se encontraba con Lorenzo, el perro le ensañaba los dientes, pero nunca le mordió. Para mí era interesante observar el comportamiento de los animales y saber lo que hay dentro de ellos; es difícil, pero dan señales muy claras de amistad, respeto, obediencia, jerarquía, temor, agradecimiento, compañía, sacrificio y tantos otros valores que podemos observar en sus sentidos e instintos.

Comprendí al P. Goiko por el cuidado y cariño que sentía por sus perros que, en su soledad ocopina, le daban tanto sin esperar nada o muy poco a cambio. Además, la espiritualidad franciscana nos habla muy claramente de un amor, respeto y veneración a la naturaleza creada por Dios.

El Mismo P. Goiko, no solamente sentía amor por “sus perros”, sino también por el lugar, por Ocopa, al que quería darle vida, hacer un centro de espiritualidad, de meditación, de contacto con lo trascendente, para dar sentido a toda forma de vida, especialmente a la vida de las personas, de los animales y de las plantas.

Recuerdo lo mal que lo pasaba cuando el Padre Cubillo cortaba un árbol, creo que él oía las calladas voces de todos los mártires misioneros que emprendieron la gran aventura de dar a conocer el camino, la verdad y la vida. Y tantos recuerdos, desde cuando era estudiante hasta que llegó a ser profesor, y luego Guardián (casi a la fuerza). Ahora está en Huancayo, cerca de Ocopa.

Como hemos señalado, aprovechando los días martes que no había atención en la parroquia, hicimos bonitas excursiones por todo el Valle del Mantaro, desde Ingenio, donde comíamos un riquísimo cebiche de truchas, hasta la laguna de Paca, la misma comida (truchas), aunque las de Ingenio estaban mejores y eran más baratas.

Hicimos paseos más largos, desde Huancavelica hasta Cerro de Pasco, San Ramón, Huanuco y Tingo María. Estas excursiones largas las hacíamos con los hermanos de Ocopa. Hasta el Padre Contreras se animaba y venía con gusto pero, claro está, por el camino no hacía más que renegar, y eso era señal de que estaba bien, y nosotros nos alegráramos, porque de lo contrario hubiera estado silencioso y deprimido.

De vuelta a Huaraz.
Durante todo el camino de Lima a Huaraz no hacía más que pensar en las obras, el consultorio, el comedor y los salones o talleres para trabajos sociales que había comenzado y del que me había ilusionado.

Cuando llego a Huaraz me recibió una lluvia de balas y dinamitazos, eran los subversivos que atacaban el puesto de la policía, disparaban a la Comisaría desde la orilla del rió Santa, en la Codillera Negra, ubicada a orilla del mismo río, en la Cordillera Blanca y que era el control de entrada y salida de carros de la carretera de Huaraz a Lima.

Por ese lugar el cauce del río se reduce, pero ni así deja de haber una buena distancia entre las dos orillas, por lo que los cartuchos de dinamita, lanzados con hondas, no rebasaban al local.
La casa (convento) estaba a oscuras, igual que toda la ciudad, porque previamente al ataque habían derribado la torre de transmisión.

La población de Huaraz estaba casi paralizada, no había movimiento, porque el comercio se reducía y la gente buscaba lo más barato del producto, los vendedores ambulantes invadían las veredas de las calles y hasta las pistas, había más vendedores que compradores.

Los colegios y las universidades eran los únicos lugares donde había movimiento; cuando el reloj llegaba a marcar las seis de la tarde, las calles quedaban vacías, la gente se metía en sus casas, una veces por miedo a los subversivos que atemorizaban a la población, y otras porque no había luz eléctrica.

Daba la sensación que la gente se había convertido en personas buenas y piadosas, no se daban escándalos, no había robos ni asaltos, las iglesias se llenaban de devotos, y las fiestas religiosas de los caseríos eran de recogimiento y piedad, sin cohetes, ni banda de música, ni borracheras. Las personas no se fiaban de nadie, no hablaban abiertamente de la situación en que se vivía, sólo decían que habría que aprender a convivir con la subversión, que es lo mismo que decir que estaban resignados.

Gobernaba la diócesis Monseñor José Ramón Gurruchaga, que vino a suceder a Monseñor Emilio Vallebuona, que había sido promovido a Arzobispo de Huancayo.

Monseñor Gurruchaga, de origen vasco y nacionalizado peruano, tenía un porte alegre, era cariñoso, empeñoso, de rostro amable, risueño y de aire inteligente y estaba intelectualmente muy bien preparado, su presencia daba confianza; pertenecía a la congregación salesiana y, como religioso, había vivido en varios países, entre ellos México.

Tomó muy en serio la formación de los futuros sacerdotes de la Diócesis y siguió dando impulso al Seminario como lo hizo su antecesor Vallebuona, y el seminario se vio lleno de aspirantes y seminaristas formándose para el sacerdocio. También promovió la formación religiosa para la especialización de laicos profesores en Religión con la creación del Instituto Pedagógico, pues quería que los sacerdotes se dedicaran íntegramente a la cura de almas atendiendo en la Parroquia.

Construyó también en los terrenos del Seminario un asilo u hogar para ancianos pobres, Todo marchaba muy bien, de acuerdo a la espiritualidad y carisma de este buen Obispo salesiano. En lo social y político también intervino, creando las famosas rondas campesinas, que es una asociación de campesinos para la defensa de sus bienes, sobre todo de sus ganados, pues en esta región eran muy abundantes y activos los cuatreros.

Las primeras rondas campesinas y cristianas aparecieron en la jurisdicción de nuestra parroquia y contaban con asesoría jurídica por parte de la iglesia, y militar, por parte del ejército. Otro acierto de este Obispo, Gurruchaga, fue la creación de una oficina de asistencia social (CODISPAS), bien proveída de abogados, asistencia social y técnicos en agricultura, ganadería y crianza de animales menores.

Pero, lo que a mí más me agradó, es que prometió no ocuparse de la construcción de la catedral, pues para él lo más urgente eran las personas y de ellas los más pobres, porque la catedral, decía, ya el tiempo y la gente del lugar irán construyéndola poco a poco, que para ello está el Comité pro construcción.

Sufrió también mucho, sobre todo por las amenazas que él y todo el clero recibíamos de parte de los subversivos; creo que este dolor aumentó con la muerte del voluntario italiano al servicio de los padres salesianos de Marcará causada por los subversivos, más la muerte de los dos sacerdotes franciscanos conventuales. Y este penar le fue mermando la salud, hasta que sufrió un derrame cerebral (infarto) que lo postró en cama, pero, gracias a Dios, lo fue superando y se puso de nuevo al frente de la Diócesis, no ya con sede en Huaraz sino en Caraz, por estar esta ciudad a menor altura y de clima más benigno. Años después fue trasladado a la recién fundada diócesis de Lurín.

Nuestro buen obispo Gurruchaga, viendo su debilidad y la disminución de sus fuerzas, pensó en la necesidad de tener un obispo auxiliar. Hechas las averiguaciones de ley por parte de la Nunciatura Apostólica, y viendo el parecer de los consultados, la Santa Sede eligió al P. (Monseñor) José Eduardo Velázquez Tarazona, como Obispo auxiliar de la Diócesis de Huaraz, de entre los candidatos.

Gobierno Político
En lo político, el Presidente de la República, Alan García Pérez, cumplía su mandato constitucional, el 18 de julio del noventa. Y el sucesor elegido en la Administración del Gobierno fue Alberto Fujimori, de padres japoneses, pero nacido en el Perú.

En el discurso de su toma de posesión dio esperanzas de restablecer el orden de gobernabilidad que había sido desarticulado por la insurrección, la gente dio un respiro de esperanza, aunque desconfiaba, pues el país estaba totalmente dominado por la subversión. Pero supo salir adelante y acabar con los seguidores de Abimael Guzmán (Camarada Gonzalo).

El país había sufrido una inflación galopante en los cinco años anteriores, como pocas en el mundo, también esto lo solucionó Fujimori.

El primer día que se dio la ley del cambio de moneda, el Inti por el Nuevo Sol, al darle un nuevo valor al dinero, vimos que todo el dinero que hasta entonces se usaba no alcanzaba para nada, la gente casi enloqueció.

Entonces el presidente acudió a la Iglesia dando unos donativos en dinero para la compra de víveres y ayudar a la gente en la alimentación por medio de ollas populares que, aunque no llegaba a todos, dio buen resultado. A mi parecer fue una buena medida y en nuestra parroquia mucha gente pudo comer y nosotros también.

Pero, poco a poco, se fue estabilizando la economía y todos estaban contentos, pues volvían a la normalidad los precios, ya no había de un día para otro desvaluación y hasta empezaron los comerciantes a dar productos a crédito.

Fue en este tiempo, cuando el Señor Obispo dio la consigna de alimentos por trabajo, unida a una buena ayuda en dinero que traje de España de parte de mi familia, que pudimos construir el Auditorio parroquial y el local de Alcohólicos Anónimos.

El año noventa y seis cumplí las bodas de Plata sacerdotales (3-1-71 al 3-196), ni yo mismo caí en la cuenta de esos veinticinco años pasados (con luces y sombras) entre fortalezas y debilidades, aunque para mí fue más luz que sombra, pues siempre he estado feliz de mi ordenación y ningún día me he arrepentido.

Viajé a España, en el convento se quedó el P. Alfonso Sánchez y el Hermano Antonio Sánchez.
Yo me aquejaba desde hacía un tiempo de un cierto malestar, que creía era consecuencia de la caída del caballo en Purucuta, no le daba importancia porque no me molestaba mucho, pero, al llegar a España, mi hermana Emiia lo notó y me preguntó qué me pasaba, le dije que no era nada importante. Mi madre y mis hermanos prepararon en mi parroquia, san Miguel Arcángel de Granada, una fiesta para celebrar mis bodas de Plata, que resultó hermosísima, con mucha asistencia de gente, especialmente familiares. Pero pasados los días de fiesta, como seguía el dolorcillo, y no me dejaba ni de día ni de noche, mi hermana me agarro de la mano y dijo: vamos, pero ahora mismo, al hospital.

Fui con ella, me revisaron y me dijeron que tenía que operarme de un absceso de purulencia inguinal o inguinaria que me había salido. Me preparé, ingresé en cirugía y después de una hora aproximadamente salí del quirófano, estuve cuatro días encamado y me dieron de alta.

Me fui a casa y no podía viajar hasta estar cerrada la herida, pero como pasaba el tiempo y la herida no cerraba, porque había quedado una fístula abierta, yo me sentía muy nervioso, no por mi herida, sino por el convento de Huaraz, y por los dos frailes solos, así que un día fui a Iberia y pedí boleto de vuelta para Lima y regresé al Perú.

Cuando llego a Lima, me encuentro con la triste noticia de que al P. Alfonso Sánchez Malaver le habían detectado un cáncer de colon incurable y en su etapa final. Voy a verlo y lo encuentro levantado en su cuarto, leyendo y hasta de buen humor, gracias a Dios eso no lo perdió, pero sí era consciente de su gravedad y de los pocos días de vida que le quedaban. El también se interesó por mí y me dijo que se había enterado de mi operación en Granada.

Era la hora de comer, entró la enfermera y le dijo: P. Alfonso, aquí le traigo el plato de lentejas que tanto le gusta. Lo vi comer tres o cuatro cucharadas, pero el resto lo dejó.

El Padre Licinio Ortega me preguntó cómo estaba, que se había enterado de que no estaba bien y que me habían operado. Le dije que no sentía malestar, pero que se me había quedado abierta una fístula que no cerraba. Cuando le dije esto, me tomo de la mano (como hizo mi hermana Emilia) y me llevó a un cirujano de la Posta médica, el cual me revisó y me dijo que tenía que operarme otra vez y que no lo dejara para más tarde.

Se hicieron los arreglos correspondientes y me internaron en la clínica Tessa, donde me operaron, esperé cuatro días en cama y me dieron de alta. Le pregunté al cirujano lo que me había dicho una vecina de Granada, sobre el absceso: “si es macho el absceso se cura, pero si es hembra se va a reproducir varias veces”. El cirujano se sonrió y me dijo que era verdad, que a veces ocurría eso. Y así ocurrió, tres veces más me intervinieron en Huaraz, pero no ya en la clínica sino en consultorio externo.

Estando en la enfermería del convento, en recuperación, a los pocos días se llevaron al Padre Alfonso al Hospital, se había puesto peor, no estuvo allí más de una semana y entregó su alma a Dios. Lo trajeron al convento, se celebraron los funerales, y recibió cristiana sepultura en el cementerio conventual. Su alma descansa en Dios, pero yo cuánto lo echo de menos.

Ya me sentía mejor, y pensaba en viajar, pero un día oigo la voz del Padre Vicente Pérez de Guereñu que decía algo del P. Barbero. Salgo fuera del cuarto, pregunto qué ha pasado y me dan la noticia de que Pedro Barbero ha muerto de un infarto, (a los seis días de la muerte de Alfonso), era el primero de abril.

También yo estimaba mucho al P. Barbero desde que lo conocí como profesor en Arequipa, era un padre muy inquieto, inteligente, bueno y buen consejero.

Era amigo de una familia dueña de un Hotel y de unos baños turcos en el distrito de Miraflores, y más de una vez fui con él a los baños y al hotel, de donde obtenía dinero para ayudar a las hermanas más pobres de la Orden Franciscana Seglar. Resulta que ese día lo habían invitado a comer en el Hotel y también en la casa de los dueños, él tenía siempre mucho apetito, comía de todo lo que le pusieran delante y, ese día, para su mal, comió demasiado.

En la noche se sentía mal, lo llevaron a la clínica para que lo trataran, los médicos sabían que él sufría del corazón, de emergencia le pusieron un artefacto para estimular los latidos, creyeron que su mal estaba ahí, pero el mal estaba en el estómago, pues cundo se sintió mejor empezó a arrojar comida, hasta morir. Tenía sesenta y dos años de edad. Creo que fue un descuido de los médicos, pues por algo recomiendan que antes de las operaciones no se tomen alimentos ni siquiera agua.

Para finalizar la década de los 90 tuvimos la inauguración del edificio nuevo para comedor, que hasta ese momento, y cumpliendo con el deseo del Padre Alfonso y el mío, era el Comedor Parroquial “Santa Clara de Asís”, hora se llamaría Comedor Parroquial “P. Alfonso Sánchez”.
El antiguo comedor funcionaba en lo que fue la casita del P. Gregorio Trejo (del clero secular), que a su muerte la donó a la diócesis, pero que el señor Obispo Pedro Pascual Farfán de los Godos la donó a los padres Franciscanos con escritura pública en 1917.

Era un edificio fuerte, con cimientos fenomenales de piedra granita, y que no pudo ser destruido por el terremoto del 31 de mayo de 70. Este edificio era el último vínculo que nos unía con el pasado del convento antiguo.

Me sentí un poco contrariado, por su destrucción porque se le podía haber dado uso como salón de catequesis. Pero para que se cumpliera el dicho. “dichosos los religiosos que edifican y no dejan de edificar…”

El Año 2000.
Comenzado el tercer milenio del Nacimiento de Cristo, y mucho se habló en esos días si eran realmente exactos los años o no del nacimiento de Jesús, si los relojes, las computadoras y calculadoras se iban a volver locas, pero llegado el día todo fue normal, los únicos que nos alocamos fuimos los hombres buscando cómo y dónde divertirnos más y gastando más dinero del que se disponía.

En este tercer milenio el principio no ha sido del todo esperanzador, creo que lo peor es haber descuidado nuestro planeta, por más que ya los hombres de ciencia habían dado desde muchos años atrás la voz de alerta y el mundo estaba advertido.

El calentamiento de la tierra, se dice, se debe en una gran parte a la contaminación ambientad y a la superpoblación, pero muy pocos han hablado de los experimentos atómicos que se hicieron en esta parte del Pacífico, la mayoría de la pruebas, y siempre que explotaban un bomba nuclear se producía un seísmo de más de cinco grados de intensidad.

Los que hemos vivido en esta zona, con vistas a la cordillera Blanca que es la primera en saludarnos cuando amanece el sol, la vemos ahora desprovista de la blancura de sus nieves, sobre todo en los meses de mayo a septiembre, por lo que se siente una cierta nostalgia recordando la belleza de antes, en comparación con las desfiguradas rocas de color ceniza que aparecían a nuestra vista.

El río Santa, el caudaloso hatunmayu (gran río) de los incas, en los últimos años se le puede llamar charquimayu, (río seco). Estos dos elementos geográficos son los más significativos y los que resaltan más a la vista de este fenómeno del calentamiento geofísico.

El caso del Huascarán es muy demostrativo en su carrera por deshelarse, pues, conforme va disminuyendo la capa helada que lo cubre, van apareciendo los cuerpos congelados de los andinitas desaparecidos en la nieve en años anteriores.

Lo bueno es que ya el hombre está tomando conciencia del peligro en que estamos, y ahora se proclama por todas partes que es tarea de todos mejorar y salvar nuestro hogar.

LA CÁRCEL DE ROSITA
Rosita es una niña encantadora, bonita como una flor. Rosita tiene una mamá y un papá, como lo tienen todos los niños. Es muy pequeña, pues solo tiene dos añitos. En su carita tiene unos bellos ojos negros, vivos y expresivos, su boquita es tierna y está embellecida con unos pequeños, pero bien formados, dientecitos. Sabe sonreír y hablar con claridad. Yo diría que para su edad es muy despierta, pues tiene buena memoria, habla bien, razona y es muy extrovertida. Le gusta el juego como a todas las niñas, y como a todas las niñas le gustan los caramelos, los chocolates y la coca-cola.Es cariñosa, alegre, divertida y traviesa.

Le encantan las caricias, los cuentos, y llamar la atención; es limpia, presumida, coqueta y le gustan los adornos de collares. Le ilusionan los vestiditos nuevos, los zapatitos de colores y las sortijas.

Le gusta tomar el sol de las mañanas, escuchar el canto de las aves, jugar con los animalitos, y los ama como algo suyo, como otros peruanos que comparten su espacio vital en esta parte del mundo que se llama Huaraz.

Rosita sabe saludar, preguntar e indagar, pues es curiosa, como son curiosos todos los niños que despiertan a la vida.

Rosita no sabe todo, pues solo tiene dos años, y hay muchas cosas que todavía no conoce, ni entiende, ni comprende como, por ejemplo, estar entre rejas. Sabe de cariño, de dulzura, de amor y de privaciones, porque no puede comer de todo lo que le gusta, aunque esté al alcance de su mano, entiende que las cosas tienen dueño y hay que pedirlas o comprarlas, ni puede ir a donde ella quisiera, porque hay un horario.

Rosita está aprendiendo porque su mamá y sus “tías” la van educando, y como es una niña inteligente, en su memoria va recordando lo que puede y no puede hacer, lo que puede y no puede coger, lo que le gustaría hacer y lo que no puede hacer. A veces le dan berrinches cuando quiere algo y no se le puede dar.

También Rosita enferma, se resfría, le duele su barriguita cuando come mucho chocolate, se despeina jugando y se mancha la ropa cuando se sienta en el suelo.

Rosita duerme como un angelito, aunque algunas noches se despierta y se pone a llorar porque no tiene un vasito con agua para calmar su sed, y tampoco puede salir a buscarla porque la puerta está cerrada.

En fin, Rosita es una niña como todas las niñas, quizás algo más inteligente que otros niños de su edad.

Si quieres ver y conocer a Rosita, verla corriendo, saltando, cantando o llorando por el patio de su hogar, tendrás que ir a la cárcel de Huaraz, donde yo estoy de Capellán. Y esto que sufre Rosita no me gusta, no me gusta nada, absolutamente nada, no me gusta que Rosita esté en la cárcel. No, no, Rosita no ha cometido ningún delito, solo que ha nacido en la cárcel, de una tierna y cariñosa mamá encarcelada, y un papá encarcelado, con un abuelito encarcelado y tíos encarcelados. No me preguntes qué delitos han cometido sus padres, porque no te lo voy a decir, y tampoco se lo he preguntado a ellos.

Solamente soy el capellán, el capellán que visita a los que están detenidos entre rejas, los acompaño un poco, y comparto por horas la prisión. Cuando entro en los patios, los guardias abren con llave el grueso candado, corren el pesado cerrojo, se abre la puerta de rejas y entro. Una vez dentro, cierran la puerta de rejas, corren el pesado cerrojo y echan la llave del grueso candado y me quedo encerrado con ellos. Cuando me tengo que salir, aviso al que hace recadero y a gritos llama al guardia, viene y vuelve abrir el candado, corre el pesado cerrojo, abre la puerta y salgo, y comienza la misma operación de cerrar de nuevo la puerta de rejas con Rosita dentro que se queda mirándome desde la puerta de rejas hasta desaparecer de su vista.

Como Rosita ya sabe la hora que suelo llegar a cárcel, la mayoría de los días me espera pegada en la puerta de rejas de su prisión, cuando siente mis pasos y me ve saca sus bracitos por entre las rejas, yo acerco mi cabeza a los barrotes y, Rosita, la niña pequeña de dos años, me da un besito. Igual hace cuando entro en su pabellón, y con sus pequeños piececitos echa a correr con los bracitos abiertos para saludarme y recibir el caramelo que llevo en el bolsillo. A veces no me deja salir, abre su diminuta manecilla, coge mi dedo índice, lo aprieta fuertemente, y me dice que no me va a dejar salir. Es el momento más triste, es el momento en que me pongo a pensar por qué tienen que ser las cosas así, especialmente para Rosita, la encantadora niña de dos añitos, que está creciendo entre rejas y ya sabe de disciplina carcelaria y de privaciones. Si vas a la cárcel de san Andrés y preguntas por Rosita, no dejes de regalarle un caramelo y a su mamita una flor.

El P. Felipe Lombraña, natural de Matabuena (Palencia), nacido en el año 1951, de contextura delgada, regular de alto, de carácter alegre, sincero y servicial, fue otro de los chicos que conocí en Anguciana, y estoy seguro que su vocación inicial fue la de ser franciscano misionero en el Perú, porque cuando uno de pequeño es invitado a prepararse para la misión, siempre queda en el alma el rescoldo calentito de la primera ilusión.

Al cumplir sus bodas de plata vino al Perú para cumplir parte de su sueño de niño, y en Huaraz lo cumplió sin descansar, desde el 18 del mes de julio hasta el 24 de septiembre del 2003. La gente buena observadora de las personas vio en el padre Felipe un fraile sencillo, austero y colaborador. Por esas virtudes, las Madres Franciscanas de la Inmaculada le pidieron dirigir lo ejercicios espirituales a las hermanas postulantes de Cancariaco. Dio charlas a los hermanos de la Orden Franciscana Seglar y visitó algunas comunidades OFS, del Callejón. Lo buscaban para consultarle, para confesiones, charlas y retiros. Fue un tiempo intenso para Felipe (aunque corto) en actividad misionera. Ojala, regrese pronto.

La provincia se vio enriquecida por tres ordenaciones sacerdotales: Alejandro Wiesse, Miguel Ángel Rosales Cabello e Isaías Cossío. Alejando, estuvo viviendo con nosotros mientras estuvo de diácono, después de la ordenación presbiteral fue trasladado al convento de Ayacucho.

Miguel Ángel, hijo de la familia Rosales-Cabello, muy colaboradora con nuestro convento, cantó su primera misa en nuestro Templo parroquial, en el que él había recibido los sacramentos de Bautismo, primera Comunión y Confirmación.

Para mí, este nuevo milenio ha traído a mi alma alegrías y tristezas, especialmente la muerte de mi madre a sus noventa y cuatro años de edad, alegría por lo que vi y tristeza por su partida.
Hay fenómenos que no sé como suceden y cómo se les puede denominar, y en mi caso fue así. En Huaraz, serían las 10 de la noche, ya había terminado las faenas del día, me fui a descansar, apenas estoy cerrando los ojos veo frente a mí una ventana abierta por donde se veía un cielo azul deslumbrante, veo pasar a Jesús con una túnica blanca y un manto azul, a la mitad de la ventana vuelve la cabeza, me mira, y con el pensamiento me dice que tengo que viajar a Granada, por mi madre.

Ya no pude dormir en toda la noche con esta visión y con este mensaje. Yo sabía que mi madre estaba mal y que por sus muchos años de un momento a otro me llegaría la noticia de…
A los tres días, mi hermano José me llama por teléfono y me dice que los médicos han dicho que los días de mi madre estaban contados. Pido permiso para viajar a España, me lo conceden, viajo en Iberia el 31 de diciembre del dos mil uno.

Llego a Madrid (no tenía vuelo para Granada), busco el tren, los autobuses, nada, todo ocupado por ese día. Llamo a mi hermano, me dice que me comunique con Pilar, hablo con ella, para ver la posibilidad de buscarme una plaza en avión y lo consigue, y me lleva al aeropuerto, echo a correr por la terminal de Iberia, los pilotos me estaban esperando para emprender el vuelo.

Llego a Granada, tomo un taxi y antes de las doce llego a casa, justo para comer las uvas de Año Nuevo, según la costumbre de todo el mundo.Mi madre y todos y mis hermanos se alegraron, pero no supieron lo que tuve que moverme en Madrid hasta llegar a casa.Todavía estuve con mi madre 29 días más, todo estaba tranquilo.Celebraba la misa en casa, cantábamos, mi madre también cantaba las canciones de la misa y todo parecería normal.

Hasta que un domingo, por la tarde, se puso muy nerviosa, le dolía el estómago, llamamos a urgencias y vino la ambulancia con una médica, la examinó y recomendó llevarla al hospital, donde estuvo tres días encamada. La víspera del cuarto día entró el capellán pidiendo permiso para administrarle los Santos Oleos, le pedí, por favor, que me dejara ponérselos y con gusto me los dio y le administré este Sacramento. Me quedé en la noche, pues esa misma tarde sentí que no debía separarme de ella.

Mi hermano José también debió sentir algo, porque apareció en el hospital como a las siete de la mañana y hermana María Dolores todos los días estuvo junto a mi madre.En la noche y para que o me venciera el sueño, salía a pasear por los pasillos, me siento en un banco, cierro los ojos y veo a mi madre toda de blanco elevarse hasta los brazos del Santo Cristo de Burgos que hay en el altar mayor de la iglesia de mi pueblo, corriendo voy para la habitación y veo que María Dolores salía muy agitada, la tomé de la mano y entramos juntos. Mi madre estaba respirando con dificultad, le tomé una mano y José la otra y dejó de respirar, pero mi hermano José le tomó de la cabeza, le hizo unos cuantos movimientos y respiró de nuevo, abrió los ojos nos miró y dio su último suspiro, a las 7,45am.

La mano de mi madre que me agarraba con valor se volvió blandita y sin vida. Al poco llegó mi hermana Emilia, quien había visto en su dormitorio como un rayo de luz entró recorriendo toda la habitación, y con esta señal se puso en camino al hospital. Allí estábamos amando sus restos mortales los cuatro hermanos: María Dolores, Emilia, Juan y José.

Las inhumaciones en España, están muy bien organizadas por el Seguro, ellos se encargan de todo y, bien visto, es una gran ayuda para los parientes, porque en esos momentos no están los sentidos muy centrados en los detalles, sino en los recuerdos que te llenan toda la mente y se entra en una especie de impotencia que te anula, eso es lo que sentía yo. El encuentro familiar y cercano se reúne en el tanatorio, hasta la hora de la misa, que suele ser en el mismo camposanto.
A mí me dio tiempo de avisar a los padres de la Custodia, y respondieron viniendo el Padre Juan José Rubio y P. Felipe Lombraña, otro tanto ocurrió con los Padres Redentoristas, que acudieron de Madrid y Granada, a la hora de la misa.

Está para terminar la década del 2000-2010, nueve años han pasado, hasta el día de hoy, como dije al principio entre gozos y penas. Los gozos, aunque es lo que más buscamos, nos parecen que siempre pasan como algo normal, y no te deja tanto recuerdo, en cambio las penas dejan como surcos en el alma que no se llenan, ni con el paso del tiempo.

En esta década por concluir me da la satisfacción de decir que ha sido muy buena en abundancia de emociones familiares y gratas obras materiales. Mi hermano José y mi prima Ana vinieron a visitarme hace dos años, y piensan venir en julio de este año.

Ana y José se relajan saliendo de las fronteras de la Península Ibérica, y dejan por unos días los acalorados rigores el verano, más todas las responsabilidades de su compromiso de catedrático en la Complutense y Ana las dificultosas preocupaciones de su familia al frente de las industrias que tienen que atender. Y yo me beneficio de su compañía que hace sentirme más sosegado, comparto mi gozo con entusiasmo parroquial y con ellos lo hago todo mejor y en paz.

Estamos por concluir la segunda planta de nuestro pequeño consultorio médico. Esto es todo lo que puedo decir hasta el día de hoy. Hay muchos recuerdos que prefiero guardarlos para mí, he puesto por escrito los que he considerado los más significativos.Pido perdón por las faltas y errores que he cometido.

Concluyo con los relatos de mi vida misionera diciendo que he tratado de darle sentido a mi vocación, me he entregado a la misión y seguramente he podido hacerlo mejor. Si Dios me hiciera vivir de nuevo, si me diera una segunda oportunidad, volvería a lo mismo, pero con mayor ímpetu, entrega y con todo mi ser. Y por el resto de mi vida prometo ser fiel a la misión.

A san Francisco le damos gracias por haber escuchado la voz de Dios, por los hermanos que el Señor le dio a lo largo de los ochocientos años de la fundación de la Orden. Y rogamos a Dios, para que al modo de Fray Francisco, sirviendo en la Iglesia, lleguemos a ser sus siervos, hermanos de Cristo y fraternos con toda la Creación.