sábado, 24 de mayo de 2008

Vuelta a Huaraz.



Rumbo a España.

Me faltaban tres años para que pudiera ir a España conforme a lo establecido, pero se me adelantó tres años sin que yo lo pidiera.
Cuando llegué a Lima, el Padre Provincial me dijo que había decidido el definitorio Provincial enviarme a España, concretamente al convent
o de Logroño con la fin
alidad de que me encargara de hacer propaganda para promover vocaciones misioneras de jóvenes al Perú. Me daba la obediencia de mi nueva residencia.

En parte estaba muy contento de poder ver a mi familia, pero, por otra parte, me sentía un tanto defraudado conmigo mismo, ya que ese nuevo destino no iba con el propósito de mi vocación misionera.

Cuando llegué a Madrid, la Comunidad madrileña del convento vivía en un piso alquilado, y el templo estaba en construcción, no tenían sitio para mí en donde hospedarme, pero yo necesitaba pasar la noche y al día siguiente viajar para Granada, y era invierno, sentía mucho frío y no tenía ni dinero para buscar un hotel, entonces se compadecieron y me hicieron pasar la noche en la lavandería.
Al día siguiente tomo el tren para Granada a la casa de mi madre. El encuentro con mi madre y mis hermanos fue grandioso. El padre Provincial me había autorizado pasar tres meses de vacaciones, conforme la costumbre que teníamos los misioneros de estar con nuestras familias. Estando en Granada le escribí por Navidades al Padre Provincial y al P. Arciniega, y por él me enteré que el Padre Odorico había sido elegido Obispo, Vicario Apostólico de Requena, en reemplazo de Monseñor Luís Valeriano Arroyo.

Pasados los tres meses, tomo el tren que me llevó a Logroño, a Calleja Vieja, carretera de Soria. El Taxista no tuvo dificultad. Me abrió la
puerta el Padre Rector del colegio Seráfico, Emiliano de María, y lo primero que me pregunta este buen hombre fue qué hasta cuando me iba a quedar. No me agradó para nada su saludo tan impertinente. Me condujo a un cuarto de la primera planta en un largo corredor. Cuando me encontré con el Padre Guardián, Bernardo Marina, me dijo que el convento estaba lleno de frailes y que no había trabajo para mí, que podía hacer lo que hacía el hermano Allende: buscarme un trabajo en una fábrica. No me quedaba otra salida que volverme a mi casa y escribir al Provincial que, por esa época, era ya el P. Ángel Rojo.
Vuelvo al Perú.
Vistas así las cosas parecen de una crueldad infinita, pero yo no las vi así porque estaba convencido de que el Señor me quería de misionero y misionero sería, claro está, si yo aceptaba, y yo acepté porque ese había sido el sueño de mi vida. Regresé al Perú.

El nuevo Provincial, Fray Ángel Rojo Alcalde, me recibió y estuvimos hablando de mi destino a Ocopa. Yo lo ví bien, pues durante mis años de formación había creado un ambiente de simpatía, especialmente con los campesinos, por la ayuda que les
daba en medicinas cuando fui enfermero.

Vuelvo a Huaraz.
Pero al día siguiente me llama y me dice, mira, he
pensado que mejor vayas a hacerte cargo del convento de Huaraz y veas lo de nuestras propiedades, porque el Padre Eugenio Rojas, que ha salido de Huanuco, se ha ido a Huaraz y está solo, ¿por qué no te vas a Huaraz?. Me quedé un poco pensativo, pero, pensando que habiendo hecho en esa ciudad mis primeros ministerios, y recordando que la gente todavía estaba muy sufrida por lo del terremoto, acepté y saqué pasaje para san Antonio de Huaraz. Pero lo que no comprendí, ni lo comprendo hasta ahora, es que habiéndose cerrado Huaraz, me comunican que el padre Eugenio está allí y a mí me mandan con él. Pienso que oficialmente Huaraz nunca se cerró, solamente se recomendó el cierre en el Consejo Provincial, por lo tanto, hasta que no se diera un decreto provincial, su situación era incierta y estaba pendiente la determinación.

Monseñor Fernando Vargas se alegró mucho cuando me
vio y enseguida me nombró párroco y miembro presbiteral de la diócesis, y le agradó que trabajara con la juventud porque yo era el cura más joven de su diócesis.

Me regaló una casita y una capilla de madera, porque la anterior, la que había construido Quintano, había desaparecido totalmente al habernos el gobierno expropiado el terreno donde se construyó. Ya teníamos casita y capilla, aunque provisionales. Pero como las habitaciones que habíamos hecho con Quintano estaban en buen estado, entonces la casita se la di a las Madres Franciscanas (FIC), que estaban en peo
res condiciones que nosotros. Hice construir una plazoletita de cemento a la entrada de la capilla y quedó muy vistosa.

Monseñor Fernando, viendo mi bizarro trabajar, me animaba a continuar, a lo que le dije que lo del convento estaba todavía pendiente y habría que esperar al próximo capítulo.

Una tienda.
Cuando llegé a Huaraz, a nuestras “ruinas” de san Antonio, me encuentro que había dos fuentes de trabajo: una en la parroquia, y la otra una cooperativa de consumo y de ahorro y crédito, llamada de san Francisco de Sales, la tienda y las oficinas estaban en la misma parroquia en un ambiente de madera y calaminas, de las que teníamos guardadas de los derrumbes y de ladrillos de cemento de la bloquetera. Esta Cooperativa fue fu
ndada por el padre Eugenio, junto con el Padre Alberto. A mí no me agradó ese negocio y me dediqué más a la pastoral, a formar grupos juveniles y a la catequesis de niños, que estar entre facturas de cuentas y cálculos con los deudores y sumando o restando ganancias o pérdidas.

Me invitaron al capítulo, con voz, pero sin voto, pues no había salido elegido en las elecciones, pero querían saber mi informe de Huaraz. Expuse el trabajo que se hacía: cómo el obispo y la gente estaba contenta con nuestra presencia; también expuse mi fracaso en España, que no me quisieron recibir y lo del trabajo, que me p
ropusieron trabajar en una fábrica. En este capítulo estuvo presente también el P. Marina, y se puso nervioso al oírme, trató de dar alguna explicación, pero no convenció. Recuerdo que un día en que estaba limpiándome los zapatos, se me acercó y me dijo, que lo que querían los padres de Logroño era salvar a Diego Barbero, que quería irse, y por eso le dieron el trabajo de promotor de vocaciones, aunque todo había sido en vano, pues Diego Barbero salió, dejó la Orden.

Mi regreso a Huaraz.
Terminó el Capítulo, y a Huaraz se le rebajó de categoría, de Guardianía pasó a ser Residencia. A mí me pusieron al frente y al P. Eugenio de Vicario. Cuando llegó la tabla capitular, el P. Eugenio me dijo que él no era la quinta rueda del carro, qu
e se iba a ir de Huaraz, y se fue al servicio de Monseñor Dante Frasneli, a la Prelatura de Huari, en el Callejón de los Conchudos. En el mismo sobre donde venía la tabla capitular venía también una carta en la que el Provincial me autorizaba a construir una iglesia, una casita de “Residencia” y a comprar un carro (el carro se lo compré de segunda mano al P. Mario Brown), pero no me mandó nada de dinero ni siquiera la promesa de mandarlo. Me fui a los escombros de piedras del antiguo convento, me di unos cuantos cabezazos contra ellos y le pedí a san Antonio que me ayudara a construir estas dos cosas.

Todo me salió bien, porque tenía el día dist
ribuido de la siguiente manera: por las mañanas celebraba de cinco a seis misas en casa, en las tardes dictaba clases de religión en el colegio “Santa Rosa de Viterbo”, por la noche celebraba la misa a las Madres, y me daban la cena. Y comencé a ahorrar dinero y, poco a poco, y con unos pocos albañiles fuimos levantando, primero, el templo y luego, más tarde, la “Residencia”. Nuestro templo de san Antonio fue el primero en construirse de todo Huaraz.

Por estos días me visitó el Padre Jesús Palacios, había oído hablar muchas cosas fantásticas de él, y, en una ocasión, siendo todavía estudiante en Ocopa, el Padre Pelosi nos pasó una película de la selva, donde aparecía el P. Jesús, acomodando el carro para poder pasar el río, sin ser arrastrado por la corriente y sin que se mojara el moto
r, como así lo hizo.

En estos días me ayudó mucho en la celebración de misas y me cautivó mucho tenerlo cerca, porque eran tantas las cosas fantásticas que contaban de él, que tenía curiosidad de conocer a tan típico personaje. Era alto, delgado de buen porte y de educados modales, amable, de entereza, ordenado hasta el escrúpulo y convincente, con un hablar entre dulce y cercano, uno no podía saber si estaba sano o enfermo, pues siempre se le vía sonriente. Supe que había salido de la selva a causa de unas fiebres que le atormentaban y le mermaban la salud.

Durante la comida de la noche le
preguntaba por sus aventuras en la selva, su dominio manejando el carro, o la lancha, y hasta el avión. Sus relatos eran amenos, interesantes y como envueltos en armonía.

Tenía un gran conocimiento de carros, yo mismo lo pude comprobar viajando con él de Huaraz al aeropuerto, por el camino decía que a la llanta delantera izquierda le faltaba un poco de aire y que lo notaba sobre todo al torcer el volante a la derecha y como estaba tan seguro, bajo del carro, tomó el medidor de aire y comprobó la presión, y, efectivamente, a la llanta que decía le faltaba un poco de aire.

Pero lo que más me llamó la atención, estando yo en Lima, fue ver al Padre Jesús, desarmando el motor de un carro petrolero alemán, un pass
at. Válgame, dije, qué hará ahora con tantas piezas… Pues las puso una por una en su sitio, limpias y bien ajustadas.

Dos días después viajé con él, en ese mismo carro, a Ocopa. Desde entonces creí que de todo lo que me narraba de motores y aventuras en Ocopa y en la selva eran para profesarlo.

En estos días también me visitó el P. Isidro Cubillo, el era un poeta del arte de cultivar la tierra, bajito, gordito, vivaracho, nervioso, de buen apetito, y también un poeta artístico en el buen comer. Se comió un jamón serrano que t
eníamos colgado en la cocina, no son curados al estilo de España, pero para él estaba bueno, porque estos jamones serranos se cuecen en la olla y se sirven hervidos.

Tenía una gran adicción a la apicultura y vino a ver si por el callejón de Huaylas podía colocar sus colmenas que tenía en Cajamarca, pues iba destinado a Lima. Después de reconocer el terreno, encontró uno apropiado: el convento de las Madres Franciscanas, en Cancariaco. Y viajó a Lima, al mes siguiente apareció con un camioncito cargado de colmenas, muy bien tapadas y con las abejas dentro.
En esta fecha, cuando todavía estaba Isidro, me visitó mi antiguo compañero del coristado de Ocopa, Fray José Luís Estalayo, ya le faltaba poco para terminar los estudios, pero además de los estudios religiosos estaba enfrascado en sacar adelante los estudios de Magisterio en el Instituto de los hermanos Maristas. Había otros compañeros estudiando allí también, entre ellos Dionisio Ortiz de Barrón, Miguel Angel, Esvín Vegas, Domingo Diez… para hacer la tesis, por lo que la ordenación…estaba para largo.

Los tres nos entendíamos bien, José Luís tocaba, Isidro bailaba y cantaba y yo acompañaba con otra guitarra, y como todavía quedaban raciones de vino del que se proveía Efrén, no nos faltaba la alegría en el corazón que da este precioso líqui
do, y más si iba acompañado de trocitos del jamón serrano. Pero lo bueno en este mundo no quiere ser eterno, llegó el día… y se marcharon.

Teatro
La capilla de madera que me regaló Monseñor Fernando la trasladé a un lugar más cercano al templo, la revestí de adobes y la adapté para teatro, y fue el primer teatro en Huaraz después del terremoto.

Hicimos muchas obras de teatro, algunas escritas por mí, como "Los Buenos van a la Gloria", "Turmanyé", "Como el Piolet", "Cómo resucitar a
Wolstano", "El Tránsito de san Francisco," "Beberse el mar", etc.

Y en el lugar donde antes estuvo la capilla lo encementé todo e hice un campo de Fútbol. Por los años 79, Fray José Luís Estalayo, uno de los pocos que todavía quedaban de los que vinieron de España, vino de familia a nuestra casa, reducida al Hermano José María Rondón y yo, pero con él seríamos tres.

Al comenzar el curso escolar en santa Rosa de Viterbo hablé con la Madre Directora, Sor Natalia Espinoza, para que lo nombrara profesor de Religión, la madre aceptó y José Luis se hizo cargo. Un grupo de niños de dicho colegio estaba ensayando una obrita de teatro, muy amena y graciosa, cuando ya tenían el papel prepar
ado y sabiendo cada uno su papel, fueron a nuestro teatrin para hacer prácticas, me invitó a que lo vieran. Ya los actores comenzaron su actuación, José Luis se reía de los dichos (él sabía el papel), pero yo no me enteraba de nada, porque los chicos y la chicas hablaban tan deprisa, como una carretilla, que era imposible saber lo que estaban diciendo. Entonces lo tomé como cosa mía, y preparamos la obra, no para ellos, sino para el público. José Luís se dio cuenta que el teatro no era para él, pero sí la música y en esto ultimo sí tuvo mucho éxito.

Los niños cantores de Huaraz.
Como desde Ocopa ya tocaba la guitarra y el armonio, alegraba sus clases con canciones acompañadas con música, y descubrió que había voces muy buenas entre los alumnos. Entonces formó el grupo Paz y Bien, para cantar en las
misas y actuaciones del colegio. Por ese entonces, en Ocopa, escribió un himno muy hermoso dedicado a las misiones y, en especial como recuerdo a los mártires de la selva. Y a José Luís se le ocurrió darle una sorpresa agradable a Goiko, quería grabar en un disco su composición. Ensayaron varios meses, hasta que estuvo impecable, fueron a Lima y grabaron en un 45 revoluciones dos canciones, una era la de “Dónde vas tan alegre Misionero”. Y Goiko quedó muy agradecido. Entre las cantoras estaban las hermanas Colonia Fiscarral.
Viendo el éxito alcanzado con los chicos, se animó y siguieron ensayando. Para este segundo momento fueron muchos los que se inscribieron y, esta vez fueron para cantar villancicos. José Luís era muy estricto, puso como condición que el niño que faltara a los ensayos quedaría fuera, por lo que al final del año solo quedaron cinco, de buenas voces y de puntual asistencia: Elisa, Miguel, Julio, Manuel y Melisa. Fueron a Lima, hicieron varias pruebas y se acordó con la Disquera cantar todos los villancicos a ritmo de Cumbia, salvo uno que compuso él a ritmo de rumba.

Salió un precioso Long play de villancicos de Navidad, con el nombre de los Niños Cantores de Huaraz. Su música e interpretaciones se escuchan hasta el día de hoy.

Estando José Luís en Huaraz, puedo decir que fueron los años de más actividad en la Parroquia en orden espiritual, pues la iglesia siempre estaba atendida, la gente veía con buen ánimo nuestras liturgias solemnes, sencillas y llenas de fervor.

En lo deportivo, se hicieron en nuestro campo grandes campeonatos de fulbito, básquet y voley. Escalamos algunas cimas nevadas, pero sin llegar muy arriba, pues nos faltaba equipo.

Fuimos agricultores, pescadores y cazadores; de esto último, el ganado más preciado fue el venado, un animal salvaje, amante de su libertad, pero que con su caminar elegante, su mirada tierna y la delicadeza de su cuerpo es una tentación querer tener uno en casa y para no matarlo de un disparo, sino para tenerlo cerca de sí.

Nosotros tuvimos cinco venados, criados desde chicos, porque a esa edad son muy dependientes, pues los cervatillos, en su instinto de supervivencia, se sienten vulnerables, por lo que buscan la protección de sus progenitores o de los padres adoptivos. Cuando son adultos se sienten seguros por sus ágiles patas y por la fuerza de su cornamenta, por lo que ya aman la independencia y la autonomía de sus actos y es imposible retenerlos en cautiverio.

Fueros años, como digo, de mucha actividad, y de las obras que hicimos la que perdura hasta el día de hoy es la de la música, los villancicos cantados al son de cumbia. Gracias, José Luís.
Lástima que José Luís se marchara a México, aquí en el Perú y en Huaraz la gente lo quería mucho y sigue preguntando por él.

Visita de mi madre a Huaraz
Yo tenía muchos recuerdos de mi madre y mis hermanos de Granada, y parece ser que hablaba mucho de ellos, y de los días tan buenos que pasaba allí.

Recuerdo hasta del canario que compré, en mi mente retentiva de los canarios que cuidaba en el noviciado, pero este canario granadino cantaba que era una maravilla.

Al Principio cuando lo llevé a casa, mi familia estaba como entre un sí y no para aceptar este huésped, pero cuando se acostumbraron a tenerlo y oírlo cantar iba creciendo y creciendo el cuidado y cariño por la seductora ave, y es que cantaba como un desesperado por ver si alguna seductiva canaria lo escuchaba y se animaba a hacerle compañía.

Llegó la canaria, pero el machito enmudeció, solo la miraba y le coqueteaba hasta que se convenció que ella era el amor de su vida, es así que volvieron las trovas, pero no de reclamo sino de amor. Todos estos recuerdos estaban que daban vueltas por mi memoria.

Entonces había una religiosa, directora en el colegio de santa Rosa de Viterbo, que un día me dijo, por qué no invitas a tu mamá para que te visite. Yo me dije, y por qué no. Le escribí.

Mi madre, ni corta ni perezosa fue a Iberia averiguó lo del viaje al Perú y se vino. Fui al aeropuerto a recibirla, cuando la vi, todavía estaba en la aduana declarando lo que traía, eché a correr a su encuentro, al que guardaba la puerta solo le dije, es mi madre y pasé. El guardia se sonrió y me dejó pasar. De ahí nos fuimos al convento de las madres franciscanas del Jirón Cuzco, donde le dieron hospedaje, nos recibieron y nos llevaron al comedor.

Como mi madre traía jamón español, se lo entregué a la cocinera para que nos lo sirviera como entrada, pero la buena religiosa, nos lo sirvió frito, por lo que al comerlo noté que estaba muy salado, pero aún así me lo comí. Después le expliqué que ese jamón se comía crudo (esto es algo increíble para un peruano).

Nos venimos a Huaraz, el viaje, aunque largo y con tan mala carretera, montados en el carrito, lo hicimos bien. Nos recibió el padre Luís Hidalgo, que ya había preparado algo de cenar.

Mi madre se hospedó en el conventito de madera que le regalé a las madres, ahí pasó la noche y yo me fui al nuestro.

A la mañana siguiente, mi madre fue con las religiosas a misa y a desayunar y se quedó con nosotros todo el día, hasta la noche.

A mi madre le gustaba hablar con la gente, hacer uso de la cocina, de la que era una verdadera artista, le gustaba preparar dulces y no nos faltaron ningún día. Le gustaba sacarse fotografías con la gente del lugar y compartir algunos regalos que trajo de España.

Yo tenía un perro pastor alemán, se llamaba “negro”, como vio que yo quería a mi madre más que a él, se ponía muy celoso, se resentía y no quería ni comer. A mi madre le enseñaba los dientes, pero nunca se le acercó con mala intención. Visitamos todo el Callejón, especialmente lo que fue Yungay.

De Huaraz fuimos a Ocopa, Huancayo, Inca, pero antes de entrar en esta ciudad, nos detuvimos en un buen restaurante, junto a la carretera, y allí almorzamos, el dueño se nos acercó pues tenía curiosidad de saber quiénes éramos, le dije que era franciscano y que estaba acompañado de mi madre, se alegró mucho de saberlo, porque él quería mucho a los padres franciscanos y por eso no nos cobró la comida.

También estuvimos en Pisco y de Pisco a Trujillo, a la entrada, de esta ciudad, junto a la carretera, había una cebichería, entramos para comer un ceviche, cuando terminamos de comerlo, me dijo mi madre: “¡este plato sí que pica!”, y eso que a ella le gustaba el picante.

En Lima fuimos con el Padre Palací a ver una película en uno de los cines de la plaza san Martí, la película era Tiburón, que por esos días estaba de estreno.

Otro día el Padre Esvín Vegas nos invitó a comer a la casa de España. Después de terminar la comida, cuando Esvín fue a pagar, el cajero le dijo que ya estaba pagado, yo miré por todas partes, hasta que vi a Pacheco (el que había pagado) que me saludó con la mano y se acercó a saludar a mi madre.

Y, así, conociendo y visitando a personas y cosas, llegó el día de su retorno a España. Y, yo, me quedé con melancolía y congoja, en Huaraz.


Los Boy scout.
Por esos años, (1975) vino un sacerdote marianista, de nombre Juan, trabajaba en Paramonga, en la parroquia de Nuestra Señora de las Mercedes, vino acompañado de unos cuatro Boy Scout, el también pertenecía a este movimiento.

Y vi en él la oportunidad para animar a los jóvenes huarasinos a pertenecer a este grupo tan interesante. El Padre comenzó a instruir a los chicos que más constantemente acudían a la parroquia.

Pasados los días de vacaciones regresaron a Paramonga, pero volvieron varias veces, hasta que estuvo formado el grupo con el número 91, que nos entregaron de la oficina central de Lima, reconociendo este grupo. Se mantuvo bien unos años, pero dejó de funcionar porque muchos de los chicos se trasladaron a Lima a estudiar, y otros se fueron a vivir con sus familias a otras ciudades.

Dos años más tarde llegó a esta ciudad un joven arequipeño, José Retamozo, casado con una chica de Concepción (Junín), llamada Elmé, ella venía a dictar clases en la Universidad recién fundada en Huaraz, “Santiago Antúnez de Moyalo”, me visitaron en la parroquia, pues me conocían desde el año 1975 que fui a Ocopa con motivo de cumplirse los doscientos cincuenta años de la fundación del convento, y Retamozo estaba allí de novicio.

Me pregunto si en Huaraz había Scout, le dije que sí pero que quedaban muy pocos, y que si él quería se podría reactivar. Se hizo todo lo que estaba de nuestra mano y salió a flote el Grupo Scout, ahora con el número 315, San Antonio, que existe hasta el día de hoy.

Con el grupo Scout 315 se formaron varias patrullas, más la manada de Lobatos, y aumentó mucho el grupo, hasta hubo que dividirlo en dos, una parte se fue al Barrio de la Soledad y el resto se quedó en casa.

Con los que se quedaron en casa hicimos, entre otras cosas, un grupo de teatro, no eran muy buenos actores, pero sí muy entusiastas y se aprendían pronto los papeles. Nos faltaba vestuario y tuve la tentación de ir a Ocopa, donde sí lo había, variado y bueno.

Pesando en esto, me acordé de lo buenos que eran los actores ocopinos, sobre todo los del último grupo del año 71, que tan pronto como pusieron los pies en el coristado, lo revisaron todo, llegaron al teatro y viendo en el vestuario gran variedad de ropajes, enseguida se los probaron. Me acuerdo cómo se vistieron de obispo, con mitra y todo, entre ellos Tomás Martín, aparecieron más obispos, y como no habían báculos para todos agarraron unas escopetas de madera (simulaban ser escopetas), bajaron unos monos disecados del museo y con un lienzo que representaba la selva se sacaron fotografías, matando a los monos. Me gustaría ver esas fotos, es posible que Tomás Martín o Domingo Diez conserven algunas.

Las Loquitas.
Así como el Callao y Ocopa tenían su personaje típico, también en Huaraz hemos tenido los nuestros, en nuestro caso han sido mujeres, aunque tampoco han faltado los hombres.

Había una mujer casada y con hijos que le encantaba la música y el baile, y siempre se le veía allí donde había una banda u orquesta, y cuando a nuestra parroquia llegaban los músicos acompañando a los devotos para una fiesta religiosa, al momento llegaba ella para no perderse unos cuantos bailes, tenía la costumbre de que, en delirio de sus danzas, se subía la falda algo más de lo debido, y la gente se reía, pero ella no se enteraba de nada, seguía y seguía bailando hasta enloquecer.

Hubo una ocasión en que, tanto era su arrebato y alucinación, que comenzó a sacarse toda la ropa, como es natural se armó un alboroto de gente, entonces el Hermano Justiniano buscó una frazada, y entre él y una mujer compasiva la envolvieron y la llevaron al despacho parroquial, donde se dejó vestir.

No sé qué vería esta loquita en el hermano que desde ese día iba a diario a visitarlo, él le ordenaba que cuidara el despacho o barriera el pasillo y ella dócilmente le obedecía.

Algunas tardes atendía yo, y cuando venía ella miraba de costado asomando la cabeza, y si me veía se retiraba corriendo. Un día la aceché, me escondí detrás de la puerta para que no me viera, entonces entró y se sentó, aparecí y le pregunto: a qué te dedicas: Soy la secretaria del Hermano Justiniano, me dijo.

Las tradiciones de Huaraz.
La buena suerte, en la víspera de la fiesta de san Juan
Cuentan que en tiempos muy remotos, tan remotos que ya nadie recuerda exactamente, las gentes del pueblo habían caído en muchos pecados, y eran tan grandes que clamaban justicia al cielo, por eso, Taita Dios envió a la tierra de Huaraz a “Rashac-guaquean ángel” (ángel Canta-la-rana) con la misión de anotar en un cuaderno los nombres de los hombres malos que había en el pueblo y alrededores.

Por muchos días, hasta meses, no pudo regresar el ángel al cielo a causa de tanto trabajo. Llegó por fin una tarde a la gloria muy maltratado, con las alas rotas, muy cansado y con la mala noticia de que no había podido concluir su trabajo por habérsele acabado el cuaderno. ¡Tantos eran los hombres malos!.

Fue enviado de nuevo, pero cambiando de método, esta vez tan solo tenía que anotar los nombres de las buenas gentes y entregarles una felicitación por su buena conducta. Y así lo hizo.
Como el pueblo no mejoraba, se reunió de nuevo la corte celestial para tratar el problema, acordaron enviar a san Juan Bautista con una antorcha encendida para prender fuego al pueblo por la noche cuando los hombres dormían.

San Juan no tenía alas, entonces fue bajado del cielo a la tierra por el Ángel Canta-la-rana, que lo dejó en la falda de un cerro. Mientras iba caminando al pueblo, y como el día era muy ardiente y el sol tan ardiente, san Juan tuvo sed, entró en una tienda y pidió un vaso de refresco.

La cantinera, que era una mujer algo descuidada, en lugar de refresco le sirvió chicha con punto, y tanto le gustó la refrescante bebida (no sabía sus efectos), pidió otro vaso, después otro y otro más.

Como todavía era temprano estuvo bebiendo toda la tarde, y cuando el sol se estaba escondiendo por las cumbres de Callan Punta salió san Juan de la chichería y comenzó a caminar, pero sus pasos eran los de un beodo, porque había bebido tanta chicha que terminó borracho, no pudiendo caminar más se rindió y cayó de bruces en el suelo.

Estando en esas condiciones la vista le jugó una mala pasada, pues las chacras de cebada y de trigo le parecían casas, los árboles le parecían hombres. Se levantó como pudo, y para buena fortuna de los habitantes, san Juan, por equivocación, no quemó al pueblo sino las sementeras. Prendió fuego a la cebada con la antorcha y al trigo secó y ardieron enseguida.

Dicen los cronistas orales de mi tierra que en recuerdo de ese día, la gente quema el campo.
Es costumbre en la noche de la víspera de san Juan escribir en un papelito con peticiones de buena suerte y luego quemarlos en las fogatas en cada esquina de las calles.

Por eso es el día de los borrachos, por ser el día en que se emborrachó san Juan.
A ti, que eres de ese pueblo, quiero hacerte una pregunta confidencial: ¿Recuerdas lo que decía la felicitación del ángel Canta-la-rana que dio a todos los hombres buenos? Si lo sabes, dímelo, pues de lo contrario… no eres de los buenos.

La manzana de Adán.
En otra ocasión fui a celebrar la santa misa a un caserío por la fiesta de la Inmaculada, a la hora de la epístola se acerca un señor queriendo leer, le doy la lectura del libro del Génesis, (lo de la manzana), todo iba al principio bien, pero cuando llegó al fragmento de cuando Adán comió la manzana, dijo: y cuando Adán probó la manzana, se comió el árbol. Anda, dije para mí, aguantando la risa, ese Adán si que era agonioso y voraz.

La década de los setenta está por terminar, y termina con la Ordenación de José Luis Estalayo en Lima, que cantó su primera misa en Barranco, donde su predicador fue P. Pedro Barbero, que hizo una hermosa descripción del sacerdocio y de todo el camino, largo o corto, que le toca al cerdote recorrer, siempre acompañado de Cristo, como representante de Cristo y Señor de nuestra Historia.

La década de los ochenta.
En esta década me parecía haber avanzado, contando los años pasados, un largo camino. El largo camino lo sigo transitando solo, pero con el vigor de la Fraternidad, ya que sin ella uno está disminuido, pero con la Fraternidad uno se llena de vigor.

Los hermanos que me estaban acompañando en este caminar misionero por la Zona del Callejón de Huaylas, por una razón u otra se fueron yendo, José Luís fue enviado a México, Marco Antonio Loli se fue al noviciado, y me encontré solo con la callada compañía del hermano Rondón, mi compañero de noviciado. Esporádicamente venía alguien que, viendo este ambiente todavía de reconstrucción de la ciudad, pronto se aburría y se marchaba.

Después que marchó José Luís Estalayo a México, vino a Huaraz el P. Daniel Ruiz, recién ordenado, natural de Huancavelica, hombre sencillo, servicial, alegre, muy cariñoso y al que le gustaba la música, especialmente los huainos del Centro (Huancayo, Huancavelica, Pasco y Ayacucho).

Su madre y sus hermanos con frecuencia lo visitaban y pasaban unos días con nosotros.
Estando Daniel, vino a visitarme mi hermano, acompañado de un joven valenciano, llamado Manolo.

El Chiquet de la Horta.
El chiquet de la horta de nombre Manolet (Manuel), era un hombre muy bajito de tamaño, pero lo que le faltaba de estatura, lo engrandecía el corazón y sus sentimientos, era piadoso, atento, muy cortés, culto y profesional. Vino al Perú acompañando a mi hermano José, ambos querían conocer la tierra del Tahuantisuyo, el imperio incáico, especialmente el Callejón de Huaylas, la Cordillera Blanca, y el imponente Huascarán, el segundo nevado más alto de Suramérica (6768 m.s.n.m.) Ambos se adaptaron muy bien a estas alturas, Huaraz está a 3100 metros.

El mismo día que llegaron al Perú, hubo un derribo de las torres que sustentan los cables de la electricidad, causado por los subversivos, y nos quedamos sin luz, y estábamos en plena celebración Eucarística en la parroquia de san Francisco Solano en el Rímac.

Este país estaba en esos años en pleno hervidero subversivo. Ya el mundo entero sabía lo que estaba ocurriendo y, como consecuencia, el turismo había disminuido significativamente.

Lima dista de Huaraz cuatrocientos kilómetros por carretera. Para ellos era una novedad al pasar por la panamericana norte y ver tanto desierto y casitas de extrema pobreza en la mayoría de las poblaciones por las que pasa la carretera.

Desde el pueblo de Pativilca (en el kilómetro 200) se empieza a subir a la sierra hasta Conococha (4100metros de altura), lugar donde nace el río Santa, luego la carretera va descendiendo hasta llegar a Huaraz (kilómetro 401). La ciudad, aunque ya estaba bastante reconstruida, aún faltaba por concluir.

Huaraz es hermosa, a mi modo de ver, pues está rodeada de Nevados en guarnición, la mayoría de ellos de más de cinco mil metros, el clima es frío, sobre todo los meses de junio a septiembre, pero con la ventaja que no falta el calor del sol durante el día.

Fue un mes de vacaciones que yo disfruté tanto como ellos, pues nos íbamos a pescar a las lagunas, a los ríos, a la laguna de Yanganuco y otros fragmentos hermosos.

En el nevado de Llaca subimos hasta los cinco mil metros. En muchos paseos, nos acompañaban un montón de chiquillos (los monaguillos), por la novedad de ver a mi hermano José y a Manolo.
Faltando pocos días para el retorno a España, Manolo y José fueron al mercado a comprar Chompas (jersey). Manolo quería llevar regalos a sus hermanas y a su madre, una de sus hermanas de nombre Concepción (Concha), a ella quiso comprarle una chompa, encontró una de alpaca que le gustó y como José estaba en otro puesto, le grita: José, esta chompa le quedará bien a mi Concha (en el Perú, concha le llaman al aparato reproductor femenino) y todo el mundo sorprendido miró riendo a Manolo.

Fray Alfonso Sánchez
Estando cercano a su ordenación, el P. Alfonso Sánchez Malaver (el viejo) vino a Huaraz a estar con nosotros y se quedó un año antes de ordenarse, era hombre maduro, sufrido profesor, luchador por su gremio y perseguido por la policía por cabecilla laboral.

Su historia comienza cuando, siendo perseguido por la policía, con motivo de una huelga magisterial, pidió asilo en el convento de Cajamarca y los padres lo recibieron, le gustó el ambiente de paz y oración y ya no quiso salir, porque se encontró consigo mismo y con el Señor.
Ingresó al noviciado, hizo los estudios de filosofía y teología en Lima, y se ordenó de sacerote en 1985, solo doce años ejerció el sacerdocio, pues la hermana muerte se lo llevó el 26 de marzo de 1997, a los cincuenta y cinco años de edad.

Pasé muy buenos momentos con él, pues era alegre, jovial, buen pedagogo y cantaba y bailaba como el mejor los bailarines de su tierra cajamarquina.

También pasé malos rotos, porque a veces abusaba del licor, aunque no fue esto ultimo la causa de su muerte, sino un cáncer de colon, parece ser que era hereditario ya que varios de su familiares murieron con esta enfermedad.

Con él abrimos el comedor parroquial con el bonito nombre de Santa Clara de Asís, pues los dos éramos muy devotos de la primera plantita del jardín de san Francisco. Reactivamos las Terceras Órdenes Franciscanas en el Callejón, que sigue vivas y muy activas hasta el día de hoy.
Le dimos un gran impulso al teatro parroquial con el dinero que me mandaba mi madre y mis hermanos de España, también pude hacer un bonito auditorio en el lugar donde estaba la antigua capilla, la que me regaló Monseñor Vargas. A Alfonso le gustaba mucho actuar y vivía muy bien su papel, no tenía muy buena memoria para recordar el libreto, pero sabía salir del apuro. El resto de los actores eran miembros del Grupo de Alcohólicos Anónimos y damas de Alanón.

Fueron años muy difíciles, pues fue una década en la que la subversión estaba muy activa, pero nosotros estábamos maduros para no tener miedo, porque nuestra misión era anunciar el evangelio.

Un día vinieron los del cuartel del ejército a pedirnos una bendición para los soldados que, en su deber de salvar la patria, estaban expuestos todos los días a sufrir una emboscada.

Como no encontraron ningún sacerdote en las demás parroquias que pudiera (quisiera) ir, acudieron a nosotros y nosotros concurrimos a su llamada, no a bendecir los fusiles, sino a bendecir y rezar por los pobres soldados que tenían que hacer frente a un enemigo invisible.

Todas las semanas celebrábamos la santa misa, muchos se confesaban, otros, que no estaban bautizados, recibieron este sacramento, lo mismo que la Primera Comunión.

Cuando ya se calmó la situación, el comandante nos dijo que ninguno de sus soldados desertó ni sufrió herida alguna. Y lo mismo pasó cuando el conflicto con el Ecuador.

Al final de esta década, pedí ir a la Custodia de España y me lo concedieron. Yo estaba todavía en Huaraz esperando que mi reemplazo llegara para poder salir.

El Padre Provincial, Fray Félix Sáiz, me llamó por teléfono pidiéndome que me fuera de Guardián a Huancayo, porque no encontraba a nadie que quisiera ir, me resistí, pero fue más mi voluntad de servir que mi deseo de irme. Tres años estuve en Huancayo.

La comunidad huancaina
La comunidad, además de mi campechana persona, estaba compuesta por el P. Ángel Cabezón, el Hermano Herminio Puente, y el Hermano Diego Alegría, y con la esperanza de que llegara el Padre Lorenzo, que se encontraba en España. Esta Comunidad estaba muy disminuida desde hacía algún tiempo: primero, por la enfermedad del Padre Ángel, y, segundo, por los años y la salud de Fray Alegría.

La parroquia, que en otro tiempo fue de mucho dinamismo, ahora estaba cada vez más aislada por estar en zona de peligro y por ser terreno de delincuentes y gente de mal vivir.

Estaba muy cerca del mercado mayorista, una esfera de circulación de mucho capital, de gente que vendía y compraba, por eso era muy observada y rondada por los delincuentes.

La ciudad había crecido mucho por la afluencia de los que buscaban refugio en la urbe para protegerse y librarse de los subversivos, y otros por motivo de trabajo y por negocios. Se calculaba que con los habitantes del lugar, más la población flotante, muy fácilmente pasaba del medio millón de personas al día. Se había conventito en una ciudad sucia y mal oliente, pues para toda esa población flotante no había ni un solo servicio higiénico en la ciudad.

Con todos estos males, sin embargo, la Parroquia gozaba todavía de mucho prestigio, muy bien ganado por nuestros antiguos misioneros que supieron dar al pueblo un servicio religioso de muy buen realce, pero ya, las personas mayores, tenían temor de acudir a nuestro Templo.

La Tercera Orden había bajado mucho en número de profesos, durante el trienio no hubo ni una sola profesión, aunque todavía asistían algunas terciarias, especialmente las hermanas Bethy e Hilda Herrera Baldeón, de Sicaya.

Estas dos Hermanas han sido y siguen siendo auténticas franciscanas, estaban muy empapadas del espíritu de Francisco y, con su fervor, han aportado a la Orden Franciscana Seglar muchas enseñanzas y años de su vida en servicio, entrega y vida evangélica por todo lo largo y ancho del valle, manteniendo encendida la llama del apostolado en las numerosas fraternidades en los Departamentos de Junín, de Cerro de Pasco y Huancavelica.

Durante este trienio sucedió lo que ya estaba anunciado en voz baja y se esperaba, que el P. Julio Ojeda fuera nombrado Vicario Apostólico de san Ramón.

Desde nuestra parroquia organizamos una excursión a Chanchamayo para el día de su consagración y toma de posesión del Vicariato. La excursión salió bien, se inscribieron muchas personas, especialmente de la tercera Orden, y fueron acompañados por el P. Alfonso Sánchez y el Hermano Herminio Puente.

Al regresar la expedición, el Hermano Puente me comunicó que le había pedido Monseñor Ojeda que fuera su familiar en el Vicariato. Hizo las peticiones al Padre Provincial, Félix Sáiz y Definitorio, y se las otorgaron.

En nuestra Comunidad nos quedamos cuatro frailes de los cinco que íbamos a ser. Pues para entonces el P. Lorenzo García llegó de España.

El Padre Ángel Cabezón tomó sus vacaciones, viajó a Lima y, estando allí le subió el estado de depresión, lo visitaron los médicos y le aconsejaron que no regresara a Huancayo, pues su estado era de cuidado.

También el Hermano Alegría tomó vacaciones, cuando llegó a Lima estaba muy afectado de los bronquios, tuvo que guardar cama, se había debilitado mucho y tuvo que seguir un tratamiento largo de rehabilitación para poder caminar y valerse por sí mismo.

Total que en lugar de cinco religiosos nos quedamos dos. Pero no era para quebrarse, pues los dos éramos jóvenes y con deseos de seguir adelante.

Eran tiempos malos y de mucha inseguridad ciudadana. Los atentados terroristas eran el pan nuestro de cada día.

Por nuestra parte, gracias al buen prestigio de nuestros antiguos misioneros, gozábamos de una relativa seguridad, tanto los franciscanos de Ocopa como los de Huancayo, y podíamos movernos por todo el valle con tranquilidad, pero siempre con el alma en vilo.

Viendo las necesidades de la gente pobre, especialmente los de las zonas marginales de nuestra parroquia, tuve la idea de pedir ayuda a “Manos Unidas” de España para construir una posta médica y un comedor para niños y ancianos. Nos aprobaron la solicitud y nos enviaron 90.000 dólares.

Y comenzamos las obras, con acopio de arena, hormigón, hierros, cemento y todos los demás materiales. La ya empezada obra, a la que me había ilusionado tanto, no la pude ver terminada y me llevé una gran mortificación.

4 comentarios:

  1. Que gran historia, entré buscando información sobre los niños cantores de Huaraz y me topé con esto. Soy un hijo de huaracinos que vive en Lima y quiere mucha a aquella ciudad que siempre visito cada año..Muchas bendiciones a los hombres de Dios que realizaron obras que quedan en el recuerdo..

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  2. Gracias Padre, con este relato recordé mi infancia, fui uno de los integrantes del grupo de Boy Scouts, me inicié en la manada de lobatos, recordé a los venados y de algunas cajas de abejas que habián en San Antonio. muchas gracias por estos recuerdos...

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  3. Relato del Padre Juán Ramón MOYA SANTOYO y los Niños Cantores de Huaraz http://mispasosporanguciana.blogspot.pe/2009/06/vuelta-huaraz.html

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  4. padre gracias infinitamente por todo, hermosísima historia, estoy tan habida de saber mucho sobre usted y gracias a Dios la internet hace que pueda encontrar información de vuestra persona, soy de Huaraz, y le agradezco infinitamente por haber todo lo que hizo y hace entre ellos haber creado a los niños cantores de Huaraz, sus canciones son nuestros clásicos muy hermosas no hay palabras para explicar lo hermoso de sus voces y melodías, GRACIAS INFINITAMENTE

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