miércoles, 25 de junio de 2008

Huaraz

Enero de Mil novecientos setenta y uno.
Terminados los estudios, me trasladé a Lima y visité al Padre Provincia que me dio lo que llamamos la obediencia, para incorporarme a la Comunidad de Huaraz.

Cuando me hice presente en esta mi obediencia encontré que había habido algunos destrozos más en lo poco que había quedado del terremoto: todo había sido destruido, por medio de los dinamitazos a las paredes del templo y por la fuerza arrasadora de los Caterpillar. Se había convertido el convento en un enorme montón de piedras y tierra. Los Padres, Efrén Masilla, Lorenzo Quintano y Luís Hidalgo estaban acomodados en un pequeño ambiente que había construido Quintano, esto era: una cocinita y comedor, un cuartito de estar, y dos habitaciones para dormitorio, con dos camas cada uno. Y la Capilla hecha de adobes, madera y con grandes ventanales, de regular capacidad de recibir personas para el culto divino. Además todavía se conservaban las carpas.

El ambiente de inseguridad y descontento se notaba a lo lejos, tanto dentro como fuera del convento, ¿por qué no había buena voluntad de parte de los encargados de reconstruir la ciudad de acelerar el proceso?.

Tuvimos una reunión para ver qué papel desempeñaríamos en este lugar de ruina, o, como querían muchos, dejarlo todo y marcharnos. Esto último no nos pareció bien a ninguno, y menos en ese momento, porque hubiera sido un mal testimonio para el pueblo doliente, pues como franciscanos nuestro puesto era estar junto a ellos, por lo que decidimos quedarnos y seguir apoyado en lo que pudiéramos a los sobrevivientes de la tragedia.

La ciudad, igual que el convento, era todo un desastre en ruinas y descuidado, por eso la gente se había ido a vivir en los alrededores de lo que fue la ciudad, especialmente al barrio del Centenario, donde se cubijaban en casas alquiladas de las que habían sobrevivido al sismo. Este Barrio, en comparación con la ciudad, estaba en buen estado, hasta la Iglesia y el convento de los Padre Misioneros del Nuestra Señora del Sagrado Corazón se había salvado del sismo.

Con el nombramiento del nuevo Obispo de la diócesis conseguimos un auto nuevo de doble tracción. Con él Efrén hacía frecuentes viajes a lima. Nos traía provisiones de comida, pues en Huaraz escaseaba mucho o era muy cara, entonces la gasolina en el Perú era muy barata.

Apenas llegue a Huaraz, el Padre Efrén salió de vacaciones a la ciudad de Lima, iba con un alto estado de optimismo, pues el Padre Provincial, del que era muy querido él, le había ofrecido todo su apoyo para la reconstrucción del convento.

También el Padre Hidalgo salió con rumbo a Lima y solo nos quedamos Lorenzo y yo. Empleábamos el día en sacar tablas, madera machambrada de entre los escombros y usarla para hacer unas habitaciones que nos sirvieran de dormitorio.

Pusimos manos a la obra, y con la ayuda de dos peones, hicimos unos cimientos y unas medias paredes a una altura de metro y medio de cemento y ladrillos y el resto con la madera machambrada. En menos de un mes estuvieron listos cinco dormitorios, con puertas, ventanas, cielo raso, techo y piso de cemento.

Estando poniendo las ventanas, llegó el padre Licinio Ortega a visitarnos y con su ayuda terminamos la obra. Nos apoyó mucho, en misas, trabajos y, sobre todo, con su compañía. Por las noches, como no había televisión en qué entretenernos, Quintano leía los escritos del Padre Conrado Juániz, que estaban dichos con muchas anécdotas y con un gran sentido del humor.

El primer año de estar en Huaraz se nos pasó entre atender a la parroquia, asistir a los enfermos, visitar los caseríos y estancias pero, sobre todo, en celebrar misas, no por el estipendio que nos daban y que lo necesitábamos, sino por los pedidos que nos hacía las personas piadosas por sus difuntos, que habían sido tantas a causa del terremoto.

Durante los meses del año nunca faltó la visita de algún hermano, como el P. Vicente Pérez de Guereñu, Raimundo Üzquiza, Agustín Oña, Isidro Cubillo, entre otros. El que sí nos visitaba todas las noches era el Señor Obispo, Fernando Ruiz de Somocurdio y su secretario José Sancho, cenaban en casa y luego los llevábamos a su palacio episcopal hecho de madera y calaminas, vivían en el barrio de Nicrupampa. Unas de las provisiones de las que nunca se olvida Efrén era de traer vino de la marca Santiago Queirolo.

Conseguimos que no nos derrumbaran la cocina y comedor antiguo, de varios siglos de antigüedad, pero que se podía utilizar, la cocina era de leña y se cocinaba muy bien. El Padre Quintano, buen cocinero, los sábados en la mañana iba al mercado y compraba corazones de res, los preparaba para en la noche invitar a nuestros visitantes a unos ricos “pinchos morunos”, en el Perú se le llama anticuchos.

1972.
En el mes de enero del 73 se celebró el Capítulo Provincial, fue un capítulo un poco complicado, nuestro Padre Efrén asistió y nos quedamos Lorenzo y yo solos. Toda la Provincia estaba atenta a este Capítulo. Había una necesidad, la de fundar la Custodia de san Francisco Solano en España, se trataba de que los españoles tuviésemos un lugar donde hospedarnos cuando fuéramos a visitar nuestras familias. Hubo mucha división de opiniones y todos estaban de acuerdo. Entre los más apasionados por que se creara la Custodia estaban P. Odorico Sáiz, Lucas Hernando, ellos fueron los principales promotores y no cesaron hasta conseguirlo. Hoy, resumiendo, el fruto de la Custodia ha sido nulo, salvo el habernos recibido en sus casas cuando hemos ido a verlos.

El capítulo terminó con los nombramientos y, como siempre, con los cambios de personas de un convento a otro, siempre ocurre lo mismo. Para la comunidad de Huaraz se eligió al Padre Efrén Mansilla, como Guardián, al P. Lorenzo Quintano, como Vicario y al P. Juan Moya, como ecónomo. Después del Capítulo, o mientras estuvo interrumpido, fuimos los tres a Lima con el carro, manejado por el P. Efrén, y dimos examen de manejo Quintano y yo, y volvimos con nuestro brevete (licencia) cada uno. Antes del examen escrito hubo un incidente, al P. Lorenzo no lo querían dejar entrar, pues cuando le pidieron sus documentos, él sacó su Carnet de Extranjería, pero cuando lo vieron notaron que el que aparecía allí en la fotografía era un niño y no un hombre mayor y con barbas. Felizmente estaba presente un comandante de la Policía, Enrique O. Herrera Polo, que se partía de risa y atestiguó que eran la misma persona la que estaba en la foto y el que daba el examen, Quintano nunca lo renovó.

Para celebrar haber salido bien del examen nos fuimos a la casa de España, donde había realmente un ambiente español, pues se escuchaba hablar con el tono y modo de España, hasta los mismos “tacos” que se dicen en la Península: “coño” y otros de mayor calibre. La comida fue buena, comida al estilo de España, comimos y bebimos a nuestro gusto, mientras comíamos, muchos se acercaban a saludar a Efrén y él nos presentaba, entres ellos había uno de apellido Pacheco, que había sido corista, era muy amigo de Pedro Barbero (ambos eran zamoranos), y fue el que generosamente pagó nuestra cuenta.

De vuelta a casa nos cayó la lluvia sin parar desde antes de Conococha hasta el convento, el carro apenas caminaba, pues además había mucha neblina. Al Pasar por Cátac vimos a unos niños que estaban en la carretera con un brazo extendido y haciendo señas, creíamos que pasaba algo, el P. Efrén paró para ver qué sucedía, y lo que sucedía era que estaban vendiendo truchas del río y fue buena idea la de parar, pues después de un viaje tan largo y aburrido, al llegar a casa nos vino muy bien un plato de truchas frescas.

Y después de esos días de descanso recomenzamos nuestras tareas, Efrén a CRIPSA y nosotros dos a celebrar misas. Yo me cuestionaba mucho eso de celebrar misa tras misa, había días que entre Quintano y yo celebramos de diez a doce misas, el estipendio en aquel tiempo era muy bajo. También es cierto que no teníamos otras entradas y los gastos eran muchos.

Quintano compró una máquina bloquetera de fabricar ladillos de cemento a unos vendedores ambulantes, no supe de dónde sacó el dinero, pero ahí estaba la maquina ladrillera lista para entrar en acción. Se puso en marcha, se contrató a trabajadores, se compraron bolsas de cemento y arena gruesa, se prepararon unas tablas para colocar los ladrillos y una buena manguera para regarlos, y a fabricar ladrillos. La máquina funcionaba muy bien, pero se quemaban los plomos a cada rato, hubo que poner una nueva instalación de cables de mayor resistencia; luego comenzaron a romperse las chumaceras, había que soldarlas, pero la soldadura no resistía mucho tiempo. Total la bendita compra no rindió lo que se esperaba.

Otro día vino el Padre Mariano Espinoza, Párroco del Santuario del Señor de la Soledad, con la noticia de que quería hacer socio a Quintano de un colegio parroquial que estaba construyendo, y para ello Quintano tendría que contribuir con calaminas para el techado. El bueno de Lorenzo, que se había pasado todo el año anterior recuperando las calaminas de la Iglesia y del Convento, se las dio a este bendito sacerdote sin ningún documento, ni nada por el estilo. “Nadie sabe para quién trabaja”, como dice el dicho, pues ya sabemos el fin de Quintano al año siente, y un año después el P. Mario fue sacado de su parroquia, porque el pueblo no lo quería, se le acusaba de ser muy político.

La Carretera.
Como en estos días después del terremoto mucha gente de los caseríos acudía al convento, pensando que aquí teníamos de todo, especialmente alimentos y ropa, acudían insistentemente a solicitar estas ayudas. Es cierto que en ese tiempo CARITAS hacía donaciones de carácter social a los necesitados y el medio de distribución era la Parroquia, desde donde se repartía a las autoridades de los caseríos más necesitados. Se puede decir, sin lugar a dudas, que los pueblos más necesitados eran los de la Cordillera Negra, pues esta zona es pobre en agua, la gente solo se abastece de los pocos puquiales (manantiales) que brotan en algunos lugares, pero solo se usa para servicio humano y de los animales y abastecen lo suficiente para regadío. Hay años, cuando la lluvia es escasa, que se pierden lo sembrado y ese año la gente pasa necesidad.

Nuestra parroquia recibía esa ayuda humanitaria de CARITAS y se distribuía. Pero se le quiso dar un uso más provechoso, como para que se hieran obras en su poblado a cambio de alimentos y ropa.

Teníamos amistad con un ingeniero norteamericano llamado Alberto Macubri, pertenecía al llamado “Cuerpo de Paz”, y hablamos con él para que hiciera el trazado de un camino carrozable que uniera los caseríos de Eslabón, Atipayan y Acopampa. Cuando vio el terreno del lugar e hizo los estudios correspondientes nos dijo que era posible. Reunimos a las autoridades de esos caseríos y le propusimos ese proyecto para que se beneficiaran de la carretera y pudieran recibir alimentos y ropa a cambio de mano de obra, y aceptaron. Pedimos ayuda a CRIPSA para que nos facilitara un Caterpillar, y máquinas escarbadoras, pólvora y combustible para emplearlos en los lugares donde había rocas; y también nos aceptaron el trayecto, que no era muy largo, no pasa de los seis kilómetros.

Se encontraron muchas dificultades por parte de los propietarios del terreno por donde debía pasar la carretera, pues no estaban dispuestos ni a ceder ni medio metro de su propiedad, pero poco a poco se les fue convenciendo y al final cedieron.

Se comenzaros las obras y todo el trabajo se pudo terminar, aunque no en el tiempo previsto, pues duró más de la cuenta. La razón era: primero, porque querían recibir alimentos el mayor tiempo posible, y segundo, porque algún propietario no cedía en recortar su terreno, al menos que se le pagase en efectivo. Este inconveniente duró varios años, por lo que no se pudo concluir el tramo, que no llegaba ni a un cuarto de kilómetro, de Atipayán a Acopampa, hasta pasados varios años.

Efrén, Quintano y yo, nos sentíamos satisfechos y, como si fuésemos ingenieros, casi todos los días íbamos a controlar las obras, animando y ayudando con lo que se podía. Pero ni Efrén ni Quintano pudieron ver la carretera terminada. Quintano murió asesinado en el Rímac el 2 de febrero del 73, y Efrén, que se encontraba en Lima cuando la muerte de Quintano, no quiso regresar a Huaraz. Ahora los dos estarán viendo Huaraz desde el cielo.

Muerte del P. Lorenzo Quintano.
En el mes de enero del 73 el Padre Lorenzo Quintano invitó al Padre Víctor Bustos, del clero secular, a que lo acompañara a una gira que pensaba hacer por el Ucayali, su antigua misión antes de venir a Huaraz, a lo que el Padre Bustos aceptó y emprendieron el viaje, que resultó muy interesante, sobre todo para el Padre Bustos que no conocía la selva. A su regreso, el Padre Quintano se quedó en Lima y el Padre Bustos regresó a Huaraz, a su Parroquia de Nuestra Señora de Belén. A mí me dejaron solo, aunque acompañado por la visita que me hacían todos los días unos españoles, ya que el gobierno de España (en aquel tiempo Francisco Franco) estaba prestando ayuda a la reconstrucción de Huaraz. Un día, tres de enero, a las 10 de la mañana, el Padre Provincial me llamó por teléfono diciéndome que el día anterior unos delincuentes habían asaltado en el Rímac a Quintano y al P. José María Calvo, cuando volvían de la parroquia de san Francisco Solano a los Descalzos, que uno de ellos le había disparado a Quintano y lo mató. Esa noticia no era para creerla, por eso me quedé en blanco unos segundos, entonces le pregunté al Padre Provincial si lo que me estaba diciendo era cierto. Sí, me contestó, es cierto y hoy mismo será el entierro. El Padre Efrén, estaba en Lima. Después de la muerte de Quintano ya no quiso regresar a Huaraz.

Mucho se especuló sobre el móvil del asesinato de Quintano, más el temor de Efrén de regresar a Huaraz y la petición de unos campesinos del Callejón de que a mí me expulsaran del Perú, todo quedó en interrogantes y nada más. La petición de estos campesinos, me consta que fueron azuzados a pedirla por los de SINAMOS, y el gobierno de entonces (dictadura militar) la aceptó. De todo esto ya no quiero ni acordarme, pero vienen a mi memoria los días que pasé en la embajada de España con la incertidumbre de si me expulsarían o no. Parece que la intervención del Cardenal, más la del Embajador, hicieron posible que me quedara en el Perú. Yo también lo pasé mal y tuve miedo de regresar a Huaraz, pero lo hice.

En ese año hubo una Asamblea de Consultores en el convento de los Descalzos de Lima en la que se acordó, vistas la circunstancia, cerrar el convento de Huaraz. El encargado de venir a Huaraz a dar la noticia fue el Padre Ángel Arnáiz González. La noticia cayó como una bomba en la población. Un mes más tarde, sin decir nada a nadie, salvo al P. Alberto González López que le encargué la parroquia y el convento, tomé el Toyota y me fui para Lima, cargando algunas cosas.

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