sábado, 25 de octubre de 2008

Estudios de teología en Ocopa.

Vacaciones en Huaraz.
Y el sábado, 23 de enero de1971, llegamos a la ciudad de Huaraz en un auto del “comité 14”.
En Huaraz encontré a cuatro personajes fuera de serie, a Efrén Masilla, a Lorenzo Quintano, Severino Estaban, que muy pronto se ganaron el corazón de muchos huarasinos y los estimaban de verdad. El Padre Quintano se había adaptado bien a vivir entre escombros, sacando calaminas de los techos derrumbados, cogiendo tablas y vigas para hacer una capilla de madera, amontonando piedras y hasta cocinando. En cambio Efrén su afán era ir y volver y volver a ir para volver, de un organismo que se llamaba CRIPSA, que era el ente director de la planificación y trazado de la nueva Huaraz, y había que ir con papeles, títulos, firmas, autorizaciones y un sin número de documentos de nunca acabar, todo esto era para que nos adjudicaran el terreno en el que se iba a construir el nuevo templo, el convento y otras dependencias que se hubieran de construir. Y había que justificarlo para que, según ellos, luego nos adjudicaran aquello que fuera estrictamente necesario. Era para volverse locos y faltó muy poco. La ciudad, después de siete meses estaba en la misma situación catastrófica que en el día del terremoto; la población sobreviviente estaba como adormecida o dopada, no reaccionaba para nada, solo pensaban en los valores de orden primario, sobre todo en el de poder comer. La voz de Quintano era para sacarlos de su adormecimiento, lo mismo también la de Luís Hidalgo, pero éste más moderado que Quitano, pero no menos contundente. Recién por los meses de marzo del 71 se vieron ya los tractores sacando escombros y los topógrafos midiendo las distancia de las futuras calles y avenidas.

Cuarto año de Teología.
Después de dos meses de permanecer en Huaraz regreso a Ocopa para estudiar el cuarto año de Teología, llegue para la Semana Santa, pero con el deseo de volver a Huaraz, pues eso de ayudar a la gente sufriente y de vivir ese modo tan franciscano de pobreza me invitaba a sentirme como lo hubiera sentido san Francisco si el terremoto lo hubiera pasado él.

En los “días piadosos y santos” de Cuaresma y Semana Santa muchos padres del convento salían a distintas provincias del Departamento de Junín, Cerro de Pasco y Huancavelica, a hacer labores pastorales en parroquias que carecían de párrocos, o, si los había, necesitaban de más ayuda, sobre todo en las confesiones.

El Padre Guardián pidió al arzobispo de nuestra Arquidiócesis licencias para que yo pudiera confesar. Y fueron concedidas, pues iban a ser muy necesarias, sobre todo en la Semana Santa, porque Ocopa, con su fama bien ganada de tener siempre confesores disponibles, la gente acudía de todo el valle para cumplir con este sacramente en conformidad con el mandamiento de la Iglesia. Todos los días tuve confesiones, casi sin descansar.

Los nuevos teólogos.
Cuando llegaron los nuevos estudiantes para teología, el coristado se vio un poco más animado. Los nuevos eran un grupo bastante aceptable en número, en entusiasmo y en juventud. Llegaron mucho más inquietos que nosotros y con un talante más evolucionado que el nuestro. Venían de Arequipa, ciudad inquieta, comercial, progresista, invadida por personas de otros departamentos buscando un mejor modo de vida, arrastrado sus costumbres buenas y malas y que se volvía cada vez más laica, pues era la época en que en las universidades se enseñaba un materialismo furioso y se atacaba la fe de modo agresivo, y ya no se tenía aprecio a los valores de orden espiritual, sino el trabajo y el progreso mediante una política izquierdista.

Por eso al llegar a Ocopa se encontraban como si los hubieran mandado a un destierro, del que habría que salir cuanto antes. Sin embargo con estos nuevos refuerzos se intentó, al menos por ese año, darle un nuevo estilo de vida al coristado. Yo todavía me consideraba corista, pues asistía a todas las clases del cuarto año con mi compañero Fermín y con los de tercer año que llevaban cursos con nosotros.

Un buen día, Lázaro Medina y José Luís Estalayo aparecieron con unas guitarras viejas, me dijeron que en casa de un hombre ya casi anciano de Matahuasi habían aprendido a tocar, el caso es que aprendieron pronto y bien. Me animaron a que aprendiera, es fácil conocer los acordes de los tonos y llevar el compás, me decían; pero tocar la guitarra es mucho más que eso. Me propusieron que les dejara tocar y cantar con guitarras en las misas que yo celebrara, les puse mis reparos pero, al final, cedí. Total, me dije a mí mismo, es parte de la renovación de lo tradicional por lo moderno. Cuando se lo consentí, desde el altar se oía bien, no era escandaloso. Pronto los demás padres lo notaron, y me llamó el Guardián para preguntarme por qué le consentía semejante música. Algo le tuve que decir, que si eran jóvenes, que la gente salía contenta, etc. A regañadientes consistió, pero que solamente cuando iba a celebrar a Santa Rosa o en algún caserío o estancia. Pero no obedecí del todo, le dije a los guitarristas que intercambiaran guitarras y armonio.

Ese año nos visitó el Padre Gustavo Leonardo, nos dio un curso sobre la filosofía marxista, parecía interesante y además el marxismo estaba de moda. Cuando terminó, a mí me parecía que no tenía ni pies ni cabeza, pues yo no le encontraba mucha lógica y me daba la sensación que con esa filosofía se tocaba fondo y que, por lo tanto, no podía subsistir a finales del siglo XX. Y así sucedió.

Avanzaba el año, sentía que algo andaba mal y no encontraba dónde estaba la receta para sanar ese mal, pues era el comienzo del fin tanto de Ocopa como de Arequipa, porque efectivamente al final de este año se cerraron los dos centros de estudios y los estudiantes se trasladaron al Callao a continuar sus estudios. El número de vocaciones había descendido considerablemente.

Por mi parte, solo me queda decir que sentí mucha nostalgia al ver que se acababan mis años de formación, pues me hubiera gustado que por lo menos uno o dos años más se hubiesen prolongado.

Más, para mí, esto fue lo más importante: llegar a alcanzar la meta a la que fui tan misteriosamente llamado y a la que yo no me resistí, profesé en la Orden Francisca, en esta mi querida familia espiritual, me formé en las ciencias religiosas y sagradas y recibí la Ordenación. Todo se lo debo a Cristo, que es mi Señor, del que estoy muy contento de servirle intentado seguir las huellas de san Francisco.

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