martes, 25 de noviembre de 2008

Profesión solemne.

Vuelta a Trujillo.
Tuvimos vacaciones y una vez más las pasé en Trujillo, todavía no éramos frailes de Votos Solemnes, pero llevábamos el peso de nuestra experiencia y nuestra edad, habíamos dejado ya las cosas de muchachos y estábamos insertos en las de adultos, por lo que teníamos más ganas de trabajar dando nuestro tiempo sirviendo en la comunidad. Durante el segundo año de teología, en las misas diaconadas siempre me tocaba hacer de subdiácono, entonces pensé que mejor aprendía a tocar el piano y ensayar una misa o dos para poder hacer frente a los pedidos, para eso le pedí ayuda a José Luís Diez, y me la prestó, todas las tarde y parte del recreo de la noche me iba a la capilla del coristado y tocaba hasta que ya tenía un cierto dominio, por lo que pedí me pusieran en el grupo de los que tocaban, me vieron hacer una prueba y pasé. Es por eso que estando ya más o menos preparado, le dijimos al Padre Jesús Pérez que podía contar con nosotros y entre Calvo y yo podríamos tocar y cantar las misas. También le pedí que me enseñara a tocar la marcha nupcial, pues en Trujillo había muchos matrimonios. Me llevó al coro y yo empiezo a tocar, según la partitura, pero con la mano izquierda no podía hacer tantos acordes, me enseñó hacer unos cuantos sencillos y salí adelante.

Pero, sobre todo, nos gustaba discutir temas de la actualidad, sobre todo de las leyes de la Iglesia y de la Orden. En los primeros días de estar allí, llegó de Cajamarca el Padre Leoncio Bravo de paso para Lima, y en las noches después de cenar discutía con el P. Álamo y el Padre Simón Saiz (el padre Guardián no se encontraba), entre otras cosas acerca del celibato. El P, Bravo estaba en contra del celibato obligatorio, mientras que los otros estaban a favor y también de otros temas. Antes de finalizar el mes, regresó el padre Guardián acompañado del Padre Salvador Sáiz, también regresaba para Cajamarca el P. Leoncio y, como la vez anterior, continuaron las discusiones, sobre todo las del celibato, de si era conveniente que fuera voluntario o no, pero esta vez el P. Leoncio tomó la posición en contra. Nosotros (Calvo y yo) apenas si interveníamos, pero lo hicimos tan solo para decirle al Padre Leoncio cómo había sido su cambio de parecer, él solo se sonrío y no dijo nada; más tarde, y en privado, nos dijo que era por el P. Salvador que había pedido la exclaustración y el paso a la vida civil. Total, que de todos los que discutían en esos días de ese tema salieron de la Orden, unos al clero secular y otros al estado laical y matrimonial.

La tijeras
Regresamos al convento de Ocopa, pasamos por la celda del Provincial, y me vio con el pelo más largo de lo conveniente, tomó las tijeras y me dio un tijeretazo en el pelo y me mandó donde el hermano Medina a que me lo arreglara.

Durante el curso, ya muy disminuido el número de coristas, mi actividad más importante fue la de echar una mano al padre Guardián que estaba delicado de salud y no podía hacer mucho, sobre todo en la parroquia de santa Rosa. Estas actividades me obligan muchas veces a tener que pedir me dispensara de acudir muchas noches al coro al oficio.

Me encargó que hiciera el mes de mayo, o mes de María, con la gente del pueblo; me nombraba su delegado para asistir a compromisos o reuniones con la comunidad santarroseña.

Se puede decir que en el tercer año fue el que más actividad tuve. Las clases eran llevaderas y muy interesantes, me aficioné mucho a sacar provecho al libro de “La Iglesia” de Hans Küng, que nos regaló el Padre Gregorio a cada uno de los estudiantes, lo mismo hizo Goiko con la Biblia de Jerusalén. Dos libros valiosos, el primero por los aportes tan importantes que daba a cómo fue y cómo debería ser la Iglesia, desde la Jerarquía hasta el último cristiano y la Biblia de Jerusalén, por ser la traducción más actualizada del momento.

Aprendimos a valorar los aportes eclesiológicos y espirituales de los teólogos no católicos.
También recibimos del Padre Félix Sáiz tres tomos de la Moral del P. Haering, redentorista.
Fue un año muy rico en regalos bibliográficos.

La Obrería
Se le quiso dar un arreglo a la Obrería (el primer convento), arreglo de paredes, sacar las hierbas del piso, pintura, etc. Se trató dónde colocar una estatua hecha de cemento del Padre Francisco de San José. El promotor de estos arreglos fue el Padre Maestro, Ángel Rojo.

Por lo pronto la imagen debería ocupar un sitio preferencial, y nada mejor que el centro del patio, para eso se le hizo un pedestal no muy alto para que desde allí se viera la imagen de recuerdo del fundador del convento, y así se hizo. Con cemento arreglamos algunos desperfectos de la estatua, la pintamos y la colocamos mirando a la puerta principal de entrada, y ahí está, hasta el día de hoy.

Me gustaba mucho este sencillo convento hecho al más puro estilo de pobreza franciscana, tal como lo quería san Francisco de Asís. En mi imaginación veía moverse por su claustro a los primeros compañeros de Fray Francisco, entre ellos a fray León (ovejuela de Dios). Me imaginaba a Francisco llegar de las alturas para bendecir a los misioneros que partían para las misiones.

Se me ocurrió esta escena:
(Acto Único)
Homenaje a los Mártires Misioneros de la Selva Peruana
En el escenario: Fray Francisco, Fray León y cuatro frailes más. Caminan en silencio, dando una vuelta por el claustro. Francisco y León van los primeros y le siguen los cuatro frailes.
Fray Francisco se detiene frente a Fray León, los cuatro frailes se colocan dos a cada lado de Francisco y León. A un gesto de Francisco, todos se sientan en el suelo. El coro canta “Alabado seas mi Señor”.

-Locutor: El espíritu de San Francisco está presente en todos y cada uno de los conventos de la Orden, pues, Francisco vive en todo tiempo entre nosotros, por eso su vida y regla se hace vida en la acción de cada día y en cada momento de la vida de los frailes de la Orden, Los Frailes Franciscanos del convento de Ocopa siguiendo las huellas de san Francisco, y guiados con su presencia espiritual, caminan con la luz del evangelio llevando a los hombres el mensaje de Cristo de Paz y Bien.

Se abre el telón.
Fray Francisco:
- Hermano, León, escribe:
Fray León:
- Ya estoy listo.
Fray Francisco:
- Escribe cual es la verdadera alegría.
Supón que viene un mensajero y me dice que han entrado en la Orden todos los Catedráticos de Lima. Escribe: ¡No es verdadera alegría!
Todos los frailes.
- ¿No es verdadera alegría?
Fray Francisco:
- Y añade que han hecho lo mismo todos los prelados del otro lado de los Andes y hasta el Presidente de la República. Escribe: ¡No es verdadera alegría!
Todos los frailes:
- ¿No es verdadera alegría?
Fray Francisco:
- Añade todavía que mis hermanos han ido a la selva amazónica y los han convertido a todos a la fe. Y también, que yo he recibido de Dios gracias tan grandes que sano a los enfermos y realizo muchos milagros. Te digo que en nada de todo esto hay verdadera alegría.
Todos los frailes:
- ¿Cuál es, pues, la verdadera alegría?
Fray Francisco.
- Supongan que vuelvo a pie del convento de Cerro de Pasco, y muy entrada la noche, llego a Ocopa, es tiempo de invierno, hay lodo y el frío es intenso, que el agua, congelándose, forma en los bordes de la túnica hielo, que me golpea en las piernas y estas sangran de las heridas.
Y todo enlodado, aterido y helado, me llego a la puerta y, al cabo de un largo rato de golpear y llamar, viene un hermano y pregunta: ¿Quién es?
El hermano, Francisco, respondo yo.
Voz del fraile.- Largo de aquí. Esta no es hora propicia para andar de camino. ¡Aquí no entras!
Todos los frailes:
- ¡OH, qué horror!
Fray Francisco:
- Y como yo insisto, responde:
- Voz del fraile.- ¡Largo! Tú no sabes nada, eres ignorante: no tienes porqué venir a nosotros, somos ya tantos, que no tenemos necesidad de ti.
Todos los frailes:
- ¡Qué falta de amor!
Fray Francisco.
- Y yo insisto en llamar y digo: ¡Por amor de Dios, dadme cobijo esta noche!
Voz del fraile.- De ninguna manera. Vete al lugar de los desposeídos y pide allí hospedaje.
Todos los frailes:
- ¡Qué injusticia!
Fray León:
- ¿Dónde está, entonces la verdadera alegría?
Fray Francisco:
- Te digo qué, si yo habré conservado la paciencia sin alterarme, aquí está la verdadera alegría y la verdadera virtud y la salud del alma.
Fraile. 1:
- (Se levanta.- ) Dinos, pues, fray Francisco, nosotros que queremos llevar el evangelio a los hermanos nativos de la selva, ¿eso no es alegría? (Se sienta)
Fray Francisco:
- El ideal misionero es convertir a la fe de Jesucristo a todos los hombres, para que todos los hermanos del mundo se conviertan de su mala vida, hagan el bien y amen a Dios. Eso es un mandato de Nuestro Señor, más cuando Ustedes estén evangelizando, cansados de fatigas y penalidades, y no se desaniman y siguen constantes en su servicio a Dios, eso sí es verdadera alegría.
Fraile 2:
- (Se levanta).- Es el amor a Dios y al evangelio que proclamó Nuestro Señor Jesucristo, y el amor a los hombres es lo que nos impulsa a llevar la Buena Noticia de la salvación. (Se sienta)
Fray Francisco:
- Dichoso el fraile que ama tanto a su hermano que está dispuesto a dar la vida por él y por el evangelio.
Fraile 3:
- (Se levanta).- Fray Francisco, dichoso tú, que con gozo y alegría nos das las palabras del Señor. (Se sienta)
Fray Francisco:
- Más bienaventurado es aquel que sirve que ama y respeta a sus hermanos, cuando se hallan lejos de él como cuando está cerca de él.
Fraile 4:
- (Se levanta).- Padre Francisco, danos tu bendición, pues estamos listos para ir a las misiones del oriente peruano.
(Todos, menos Francisco y León, se arrodillan delante de Francisco) (Francisco con las manos elevadas dice:)
Fray Francisco:
- El Señor los Bendiga y les conceda la dicha de la Felicidad Verdadera, porque despreciando las cosas terrenales, buscan las celestiales para provecho de los hermanos que todavía no conocen a Cristo.
El Señor me ha revelado que muchos de ustedes van a alcanzar la gloria del martirio, y van a ser coronados en la gloria del Padre por el mismo Señor Jesús y de su santísima Madre, la Virgen, Nuestra Señora de los Ángeles.
Y yo, el hermano Francisco, el pequeñuelo siervo vuestro, os confirmo en cuanto está de mi parte por dentro de ni corazón y de mi espíritu, esta santísima bendición.
(Fray Francisco pone las manos en la cabeza, uno por uno de los frailes y diceJ
El Señor te bendiga y te guarde.
Te muestre su rostro y tenga piedad de ti
Te dirija su mirada y te de la paz.
El Señor te bendiga, hermano (Se dice el nombre)
Todos:
- Amén.
(Les impone el crucifijo misionero)
Salen los Misioneros.
El coro canta, “Loado seas, ni Señor”
Francisco y León se arrodillan, con los brazos levantados mientras dure el canto,
Fin.

Un sábado, en la mañana, del mes de agosto, Plácido Calvo toca la puerta de mi cuarto, quería decirme algo, pero no sabía cómo empezar. Le dije que lo que tuviera que decirme me lo dijera tranquilamente, pues lo veía muy agitado. Entones tomando valor me dijo que había hablado con el Maestro y le dijo que quería marcharse a su casa. Esta sí que no era una salida anunciada, porque podría dudar de muchos pero no de él. Lo miré y vi que en su rostro no había la menor sospecha de duda.¿Cómo? ¿Por qué?. Me dio a entender que su mayor problema era la obediencia, porque era por naturaleza individualista, que cualquier mandato lo ponía fuera de sí. Yo le dije ese era el pretexto, pero, la razón de fondo ¿por qué no me la dices?.
Es también por el dinero, me responde.
¿La castidad?
La castidad cuesta, pero no es el caso. Hablamos de más cosas y pasó el día. En la noche, ya en su cuarto, lo voy a visitar, lo encuentro llorando, pero con la resolución de marcharse al día siguiente. No sé si pudo dormir o no esa noche, pero yo no pegué ojo.

Con Fermín Cebrecos quedábamos dos de los siete que fuimos, iban saliendo unos por una cosa y otros por otra, lo cierto es que nos quedamos sin compañeros, nuestros hermanos.

Al mes siguiente, también un sábado en la mañana, cuando estaba limpiando la conejera entró el Padre Maestro y hablamos un poco de los conejos y del trabajo que daban, sobre todo limpiar tanto desperdicio. Ya, para irse, me dijo que si quería ordenarme de sacerdote. Sí, le contesté, pero todavía me falta un año. No, me dijo, no es dentro de un año, sino con los que se ordenan en enero, con los de cuarto año. Como me cayó tan de sopetón (como dicen en mi tierra), me quedé sin habla y sin saber qué decir. Entonces le dije que me diera unos días para pensarlo bien. Ese mismo día en la tarde estando paseando por la alameda con el Padre Heras le conté lo que me había dicho el Maestro.

Sí, me dijo, se ha hablado de ello y se ha acordado que te ordenes con los de cuarto año.

Ah, dije para mí, ya lo tienen acordado. Bueno, pues me ordenaré.

Pero yo era todavía de votos simples, había renovado por un año, según la costumbre, y como requisito para recibir las órdenes era haber hecho la Profesión Solemne y haber comenzado el cuarto año de teología. Cuando fui a hablar con el Maestro y decirle que aceptaba la propuesta, le hice saber que era de votos simples. Eso se puede arreglar, escribe una carta al Provincial pidiendo hacer los Votos Solemnes.

Escribí la carta. El correo en aquellos días era muy lento, primero se mandaba a Santa Rosa de Ocopa, de ahí se enviaba a Concepción y de Concepción a Huancayo y de Huancayo a Lima. No sé cuando recibiría el P. Provincial la carta. También se intentó hacerlo por teléfono, pero por teléfono era también otro problema, a veces se escucha bien, pero la mayoría de las veces mal, y otras no había línea porque se robaban el cable. Así estuvimos intentando todo el mes de octubre y parte de noviembre. Hasta que llegó un día, en que el padre Guardián, Ángel Cabezón, consultando con los demás padres, le aconsejaron que podría hacer la Profesión Solemne con presunto permiso.

El once de noviembre de 1970, a las siete de la mañana, fue el día señalado para emitir la Profesión Solemne ante el Padre Guardián, Fray Ángel Cabezón. La noche anterior no puede dormir, hice todo un recuento de los años, desde Anguciana, pasando por el Noviciado, los años radiantes de Arequipa y los hasta ahora vividos en la mística Ocopa. Qué refulgente hubiera sido ese día si todos mis hermanos hubieran estado arrodillados y pidiendo humildemente la profesión. Pero, ¿qué sería de Amador, de Martiniano, Lorenzo, Vicente y Luís Torrico? Pensé también en mis compañeros de viaje, todos habían salido ya; en los hermanos no clérigos: José María Rondón, Roque Chávez y Antonio Arroyo, si al menos alguno de ellos me acompañara, no estaría tan solo.

La noche anterior, Fray José Luís Álvarez, metido en la imprenta, estuvo imprimiendo unas estampitas que a la letra decían: “El Amor es el secreto de la perseverancia” Fr. Juan R. Moya o.f.m. Profesión Solemne. Ocopa, 11 –IX- 1970. Estampita que guardé en la Biblia de Jerusalén hasta el día de hoy.

Solo estuvo presente de nuestro grupo Fermín Cebrecos, a él le consulté antes de darle una respuesta al Maestro, me dijo que le parecía bien. En cuanto a él, me dijo que estaba madurando su decisión, lo cual era muy acertado y, además, siendo como era una persona tan inteligente y tan joven (el menor del grupo), su determinación sería la más sensata. Pensando en estas cosas, y todo lo que para mí significaba la Profesión Solemne, y como lo es también para toda persona que la haga, me pasé la noche.

Mi Profesión Solemne.
En la mañana me fui muy decidido a la Iglesia a postrarme a los pies del Guardián y le pedí que tomara mi consagración al Señor Jesús dentro de la Familia de los Hijos de san Francisco.
Unos días después el Padre Guardián me dijo que el Padre Provincial había autorizado por escrito mi petición y que llegaría uno de esos días.

Faltaban ya pocos días para la ordenación de presbítero, pero antes había que recibir todas las Ordenes Menores; también había necesidad de prepararse y estudiar estos cursos (era costumbre estudiarlos a finales de cuarto años de teología), a mi me los adelantaron. Así pude cumplir lo que ordenaba el Derecho Canónico que el candidato al presbiterado se le podría ordenar al empezar el cuarto año de teología o al terminarlo.

En el mes de diciembre, el padre Maestro me llevó a Huancayo donde el Arzobispo, Monseñor Jacinto Valdivia, para aplicarme las Ordenes Menores, como clérigo, menos la de Subdiácono, porque ya el Derecho Canónico la había descartado.

Por entonces, ya todos mis compañeros sabían la noticia y no hubo objeción de parte de ninguno.
Un día paseando por la alameda con el P. Víctor Rojo, que se había quedado en Ocopa después de su ordenación para asistir a las Terceras Órdenes, estuvimos comentando sobre las ordenaciones y la Primera Misa de los futuros ordenandos. También de la costumbre de tener padrinos religiosos y civiles y de cómo yo no tenía a la vista a ninguno ni lo veía necesario, por eso no se lo había dicho a nadie ni era algo imperioso, entonces, el Padre Víctor me dijo que él podría ser mi padrino y mi predicador. Está bien, le contesté.

También habría que pensar en los padrinos, que llaman de vinajeras, y se me ocurrió pedírselo a una familia Alzamora – Rojas, que vivían en Concepción. Ellos tenían una empresa de transporte “Alarcón” y hacían viajes de Concepción a Comas y Satipo, y muchas veces me invitaban a viajar en su ómnibus cuando me encontraban subiendo a los caseríos de la puna donde enseñaba el catecismo a los niños de las escuelas. Fui a su casa a pedirles si querían ser mis padrinos y ellos contentos de hacerlo. El esposo se llama Silvano Martín y la esposa Teófila.

Monseñor Irazola diseñó y dirigió el trazó del trayecto de la carretera de Concepción a Satipo, como camino carretero de penetración a la selva. Murió el 12 de julio de 1945, fue el primer obispo y Vicario Apostólico del Ucayali.

Ya estaba arreglado todo, casi todo, el que no estaba listo era yo, pues temblaba de temor al pensar en lo que me venía, ya que siempre tuve en muy alta consideración la dignidad del sacerdote, yo me veía tan poca cosa. Pensaba que si san Francisco no se sentía digno de ser sacerdote, siendo tan santo como lo era, cómo me iba a atrever yo a alcanzar tan alta dignidad y no paraba de darle vueltas al asunto, sobre todo en las noches, que es cuando uno tiene más tiempo de pensar, por lo que pasaba largas noches sin dormir o durmiendo mal. Pienso que esos escrúpulos y complicaciones las habrán sentido todos los religiosos, sobre todo conforme se acercaban al tiempo de su ordenación, y que algunos sintiéndose perdidos por sí mismos habían tomado la determinación de salir por el temor de no ser buenos sacerdotes. Muchas veces tuve la tentación de ir a consultar con algún padre, pero era mi problema y tenía que resolverlo yo solo. Llegue a la conclusión de que el sacerdocio es un ministerio, es decir un servicio, que uno presta a la Iglesia, al pueblo de Dios, y que esa deber ser la razón de su vida: servir a Dios y servir al prójimo en la administración de los bienes o sacramentos de la Iglesia, porque si Dios hubiera querido tener servidores puros hubiera podido mandar ángeles del cielo, pero quiso que fuéramos hombres, humanos, con fortalezas y debilidades humanas, los que estuviéramos al frente de este servicio.

Llegamos al fin de año, tiempo de exámenes, nos tomaron las pruebas finales y, a continuación, las de Ordenes, y salimos aprobados. Pasamos las Navidades. Comenzamos el año nuevo, 1971.
El primero de enero, llegó a Ocopa Monseñor Antonio Khiner, obispo de Huanuco, el Obispo que nos impusiera las manos consagratorias.

El día sábado, dos de enero del 1971, a las siete de la noche me ordenó de diácono, ejercí el cargo leyendo el evangelio y así cumplí, tan rapidísimo, mi servicio diaconal.

Nuestra ordenación
Al día siguiente, domingo, día tres de enero, a las siete de la mañana en la misa conventual, tuvo lugar la ordenación de los cuatro diáconos que pedíamos arrodillados a los pies del Obispo y sacerdotes presentes, ser ordenados de presbíteros. El templo estaba totalmente lleno de gente del pueblo, pero para mí y para mis compañeros, faltaban los más importantes en esos momentos: nuestros padres y familiares de sangre.

Fue una ceremonia hermosa, nuestro Obispo consagrante la realizó pausadamente, con palabras explicativas al alcance de la gente sencilla del pueblo y llenas de emoción. Todos estuvimos radiantes, felices y conmovidos. En ese momento no pensábamos, sentíamos la presencia invisible pero real del Espíritu que con sus dones y sus gracias inundaba todo nuestro ser.

Después de la misa salimos al atrio del templo y la gente no paraba de echarnos flores en la cabeza y besarnos las manos. Fue el día más completo de nuestra existencia, vivimos las veinticuatro horas en extrema emoción y unción. Nos faltaba tiempo para comenzar a dedicarnos en nuestro ministerio.

Nuestra Primera Misa Cantada.
Acordamos Adolfo y yo cantar nuestra primera Misa en la Inmaculada de Huancayo, primero Adolfo el 10 de enero y yo el 17, en los dos domingos siguientes al 3 de enero.

Si bien mi primera misa cantada por necesidad fue el caserío de san Antonio, en las alturas de Ocopa. La causa fue que hubo un entierro en este caserío y el Padre Guardián no encontraba a ningún padre disponible, me dijo que si yo podía ir a celebrar, le dije que todavía no había cantado misa. Pero vas ensayando, me dijo. Sensible al apuro del Padre Guardián acepte y fui con Fermín Cebrecos, él de cantor, a celebrar el entierro. Tomo el maletín, que ya había preparado el Hermano Solórzano, y nos enrumbamos a las alturas, cuando llegamos a san Antonio y saco los ornamentos para la misa todo estaba bien, solo que el misal estaba todo en latín y ya no estábamos acostumbrados a celebrar en el idioma de Cicerón, pero tampoco era el caso de volver al convento y buscar uno en castellano. A las circunstancias y a lo apremiante de la situación, tomé el misal latino y celebré cantada la misa de entierro en latín. Cuando lo conté a los demás se quedaron boquiabiertos.

En mi Solemne Primera Misa cantada, en la Inmaculada de Huancayo, mucho hubiera deseado que mi padrino y predicador hubiese sido el Padre Luís Blanco, porque él, confiando en mi me recibió en el colegio Seráfico de Anguciana, pero ya el laudable y bien mirado Padre estaba muy grave y murió ese mismo año en Lima.

En esta mi Misa Cantada, en castellano, Víctor Rojo me acompañó en el Altar como Padrino, el Padre Pedro Cubillo de Diácono. Adolfo Diez de subdiácono y mis padrinos de vinajeras fueron los ya señalados esposos Silvano Alzamora y Teofila Rojas. Estuvieron presentes en espíritu mi madre y, desde el cielo mi padre, y mis hermanos Carmen, María Dolores, Emilia y José; también estuvieron presentes en la santa misa el Padre Provincial, Odorico Sáiz, el Señor Arzobispo, Monseñor Valdivia y los Padres Licinio Ortega y Gervasio González, que viajaron desde Arequipa.

El día siguiente lunes, 18 de enero, el Padre Provincial me concedió el permiso de confesar, y me invitó a acompañarle a Huaraz para visitar a los hermanos que estaban sufriendo la consecuencia del Terremoto del 31 de mayo de 1970.

Viajé con él a Lima y llegamos a la hora del almuerzo. Después del Almuerzo fui al Noviciado a ver a mi Maestro, Padre Arciniega, que, al verme, dijo: Hola, Padre Moya. Yo quedé un poco confundido cuando me llamó padre. Llamó a los novicios que habían llegado de España, de Anguciana, para saludarlos, pero como los chicos habían crecido y desarrollado tanto me costó reconocerlos, en cambio ellos sí me reconocieron enseguida. (Todavía no eran novicios). Estuvimos un ratito, nada más, hasta que sonó la campana anunciando silencio riguroso, era la hora de la siesta, y los chicos se fueron retirando, pero no en silencio, como estaba mandado, sino hablando alto, entonces, el Maestro se remontó a la época de mayor rigor y, levantando la voz, les mandó callar; pero ellos volvieron la cabeza atrás, mirando al Maestro, y siguieron adelante sin dejar de hablar. El Maestro me miró y me dijo: “estos chicos, ¿qué formación habrán recibido en Anguciana”? No era el caso discutir con él, ya eran otros tiempos y, por consiguiente, la formación para la vida religiosa tenía que ser de otra manera, es decir menos “alcantarina”, menos “descalza”. Ya era hora que, en los extáticos Descalzos detenidos en el tiempo, echaran a caminar al compás de la juventud, aunque conservando el mismo fulgor del evangelio y el ideal franciscano.

El Concilio Vaticano II, propuso a la Iglesia una renovación profunda y elemental para nuestro siglo pero, lamentablemente a mi modo de ver, se dieron cambios muy superficiales y precipitados, como el cambiar el hábito (sotana) por pantalones, sandalias por zapatos, cordón por bigote, sobrero por capucha. Los cambios que se vieron en la alta jerarquía me parece que fueron también muy superficiales, como el de si era conveniente que el Papa no se pusiera las tres coronas en la cabeza o que fuera más bien con la mitra como todos los obispos, o de si era conveniente ser llevado en silla o debería ir caminando como todos los mortales. Y, en la liturgia, que si se pudiera concelebrar con solo la estola o habría que ponerse alba y casulla.

Se tenía el temor, ese era el argumento de los que les agrada la pompa y lo barroco, que con los cambios, para muchos tradicionalistas, iba a ser motivo de separación (Cisma) de la Iglesia y que iban a surgir muchas iglesias, llamadas católicas, pero sin la obediencia a un Papa monárquico y no democrático. Creo que por esto, y por algo más que no sé, poco a poco fueron callando las voces de los grandes teólogos del Concilio.

En el caso del Padre Arciniega, al no estar al día con el laicismo religioso que provocaba ser menos clerical y más gente del pueblo, pienso, que al no estar preparado, deberían haberlo sacado del Noviciado, pues su época había pasado y no pudo adaptarse a la época ni al tiempo de los nuevos novicios. Y, para mí, fue un mártir, pues sacrificó su salud y su vida en aras de un cargo al que ya no podía hacerle frente.

Ese mismo día, el Provincial, me presentó a la Hermana Vicaria General de las Franciscanas de la Inmaculada Concepción, Sor Filomena de Jesús, y me dijo que él la había escogido para que fuera mi madrina en mi primera misa cantada, pero que no pudo viajar.

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