jueves, 25 de diciembre de 2008

Tiempos difíciles.

Los Seráficos de Logroño.
Me pareció que los formadores de los pocos jóvenes que todavía quedaban no supieron mantener el espíritu de la vocación misionera y el amor a la vida religiosa. Parecía que esos jóvenes se estaban preparando para otra cosa, algo así como si fuera un colegio más de educación secundaria.

Al coristado de Ocopa y al de Arequipa le quedaban muy pocos años de existencia, había sido un fracaso el sueño de la división de Teólogos y Filósofos, pensando que vendrían tiempos de una gran avalancha de vocaciones misioneras, y para dar cobijo a tanta vocación se construyó un enorme edificio de dos pisos en Arequipa. Y en Ocopa se agrandó el salón de recreo.

Por otra parte, en España, el colegio Seráfico de Anguciana se estaba quedando vacío, y para llenar ese vacío se pensó en comprar otro más grande en Logroño, porque quizás en la capital era más fácil encontrar vocaciones, también fue un fracaso rotundo.

Los Cambios.
Hubo además grandes cambios en el coristado y también en la Provincia como fruto del Capítulo Provincial:
Para la Provincia, Odorico Sáiz, fue elegido Ministro Provincial.
En casa, nuestro Padre Guardián fue cambiado al convento de Chiclayo, y nuestro Maestro cambiado a Lima, como Secretario Provincial,
Continuó en el cargo de Prefecto de Estudios, el P. Goiko, y de Vice Maestro, el P. Gregorio.
Vinieron a casa: Guardián, el P. Ángel Cabezón Contreras, y de Maestro, el P. Ángel Rojo
El grupo de cuarto año no era tan numeroso como el anterior, el mayor era Felipe Quiroz, Juan Alberto Herrera, Isidoro Sierra, Víctor Rojo y Severino Esteban.

Era un grupo más tranquilo, buenos catequistas y también buenos deportistas y estudiosos.
Sentimos un gran vacío cuando los anteriores compañeros mayores de cuarto año de coristado dejaron el convento y fueron a ocupar sus plazas allí donde la obediencia los destinaba, después de hacer cantado su primera misa. El Guardián ya había recibido la obediencia del Provincial y la fue dando a cada uno de ellos. Creo que recuerdo, aunque no muy bien, los destinos: a José Santamaría lo enviaron a Chiclayo, a Policarpo Garrido a Ayacucho, a Emiliano María a Huancayo, a Gervasio González creo que a Arequipa y a Moisés Bravo a Roma. No sé si todos estaban de acuerdo, solo recuerdo a Policarpo Garrido, al que no le gustó nada lo de Ayacucho.

Nuestro segundo año en Ocopa, fue un año muy tranquilo, continuábamos con nuestras actividades extras fuera del convento, como la catequesis en las escuelitas, misas en los pueblos donde cantábamos o diaconábamos y las propias del convento y del coristado. Ya no se hacían, en los días de paseos libres, las excursiones tan arraigadas como las de antes, ahora todo era más cercano. Mucho se hablaba de un paseo caminando desde Ocopa hasta el Huaytapayana, atravesando valles y quebradas a campo traviesa, hasta llegar agotados y a punto de fallecer a la cumbre, como parece que le ocurrió a alguno. Las nuestras eran unas veces a bañarnos en la laguna de Paca, dar una vuelta al valle, ir a pescar al río Ranra y algo por el estilo.

En este año, se vivía la ausencia del anterior Padre Guardián, pero en sentido positivo, porque el nuevo Guardián, que aunque era sumamente escrupuloso, la vida le había enseñado a ser más tolerante, además no se encontraba muy bien de salud, posiblemente por venir a vivir a un clima frío que no le era enteramente favorable. Su estómago no le toleraba muy bien los alimentos y hubo que someterse a una operación quirúrgica. Para ese tiempo, yo ya era bastante ducho en enfermería, además, por mi cuenta me leía todo libro que encontraba de medicina, especialmente encontré medicina naturalista, me entusiasmé mucho con este método de curar, pero, (siempre hay un pero), su tratamiento es largo y con unas dietas muy rigurosas.

En este año terminé los estudios que seguía por correspondencia de enfermería. Creo que desempeñé un buen servicio de enfermero tanto en el convento y con los enfermos del entorno y contorno.

También en este año sentimos un fuerte temblor en Ocopa, sería aproximadamente la una de la madrugada, todos nos pusimos en pie y salimos a ponernos en buen recaudo en campo abierto. Con el temor a las réplicas, y la hubo durante toda la noche, nos quedamos hasta el amanecer en el comedor, tomábamos café y salíamos corriendo cada vez que había una réplica, después de cada réplica, fuimos a nuestras celdas a buscar algo de ropa para abrigarnos y ver si alguno se había quedado dormido y sin enterase del terremoto.

Al amanecer fuimos a ver los daños, comprobamos que no habían sido muchos, había rajaduras en las paredes y alguna que otra cosa se había caído de su sitio, como la cabeza de la imagen que hay en la punta más alta de la calle central de la fachada del templo.

Días después del terremoto vinieron al convento unos técnicos en sismología e instalaron un sismógrafo para medir la intensidad y constancia de los seísmos, cada dos días venían a controlarlos, pero nosotros los veíamos todos los días, ya que lo habían instalado en un espacio libre cerca del lugar del establo de los bueyes. Entonces me acordé de un chiste que contaba la gente de Granada, y que era para reírse de la gente de la Alpujarra que es una zona poblada y con bajo nivel cultural en la sierra granadina (Sierra Nevada). Contaban que en tiempo de Franco, con motivo del terremoto del 60, el alcalde de la Alpujarra recibió un telegrama de Madrid que decía: Movimiento sísmico en esa, averigüe el epicentro. El alcalde de la Alpujarra a la semana, contestó; Movimiento sísmico, sofocado; Epicentro y cinco más fusilados y el resto en la cárcel.

En este año a mí ya me consentían manejar los tractores (nunca me autorizaron ni verbal ni por escrito), pero me lo consentían, además veían que lo hacía más por servicio que por gusto. El mismo permiso (consentido) se me concedió cuando manejaba los autos. La primera vez que manejé a la vista del Guardián fue con motivo de una misa que tenía que celebrar de Primeras Comuniones el Padre Santiago Saiz, (estaba de visita) en la escuela de Matahuasi, y a mí me tocó acompañarle. Estando ya en el altar todo listo como para comenzar la misa, el padre se da cuenta que se había olvidado el misal, entonces me da la llave del carro y me pide que le traiga el libro. Yo tomé las llaves, fui al convento, me estaciono frente a la portería y echo a correr para la sacristía. Pero el Padre Guardián, que estaba en la portería, me ve y me pregunta a dónde iba, a por el misal para la misa, le contesté; ah, correcto, me dijo el P. Guardián.

En el convento de Ocopa recibíamos la luz gratuitamente de una centralita que había en Ingenio. En los meses de lluvia cuando había tormenta de rayos y truenos, el vigilante de la central mientras duraba la tormenta bajaba la palanca y nos quedábamos sin luz y se olvidaba deliberadamente de alzarla. Esto suponía que el Hermano Barrena con el chofer tenía que ir hasta la central y pedirle al vigilante que nos devolviera la luz, y, de paso, Barrena le dejaba una cajetilla de cigarros o alguna propina. Cuando no estaba el chofer, entonces iba uno de los Padres que manejaban, pero a veces ocurría que no estaba ni el chofer ni los padres, entonces el mismo Guardián le decía a Barrena dile a Moya que te lleve.

Nuestros compañeros de cuarto año de teología, como la Profesión Solemne ya la habían hecho el 13 de agosto de 1968, se ordenaron de diáconos y se preparaban para la ordenación de presbíteros, en total fueron cinco los ordenados: Felipe Quiroz. Juan A. Herrera, Isidoro Sierra, Víctor Rojo y Severino Esteban (No recuerdo muy bien si Diego Barbero se ordenó también ese año), la ordenación estaba prevista para el cuatro de enero de 1970.

Esta fue la ordenación que más me impactó, pues me puse a pensar que el tiempo avanza, que ya llevaba la mitad de mis años de estudios y que pronto podría verme como ellos: echado en tierra ante el altar y pidiendo al Obispo ser ordenado. Me entró tristeza de su pronta partida, igual que se fueron los compañeros del grupo anterior, pero me consoló saber que irían a trabajar en la viña del Señor, renunciado a su propia vida para entregarla por el bien de los hermanos. Me entró una nostalgia grande por ellos, pero al mismo tiempo sentí un gozo maravilloso al ver que habían alcanzado su meta, que ya estaban preparados para entrar en la vida activa al servicio de la Iglesia y dar testimonio de la mística francisca: la minoridad y poner en práctica todos los propósitos que a lo largo de esos años de formación se habían forjado.

La mística franciscana es una mística espontánea, simple, alegre y aventurera y no tiene esquemas fijos, se adapta a los tiempos y los lugares, cuyo modelo es Cristo. Francisco, enamorado del Señor Jesús, toma a Cristo como modelo. El amor de Cristo al Padre es el modelo del amor de Jesús a los hombres, sus hermanos. El amor de Francisco a Cristo es la fuerza del amor, por la que se entrega a vivir el evangelio. Cristo alaba al Padre con el corazón, con las obras y con los labios. Francisco ama a Cristo con todos sus sentidos. Cristo bendice las obras del Padre, y bendice y riega la tierra con su Sangre, Así, Francisco canta las obras del Padre que lo lleva a sentir todo lo creado como a sus hermanos, cantando a Dios por el sol, la luna, las estrella, el agua, el fuego, la tierra, las plantas y los animales, el perdón, el dolor y la muerte, en Francisco todo es gloria y alabanza al Señor y lo propone a sus hermanos, como un hermoso modo de ser mínimos y agradecidos con el Creador. En los últimos años de la vida de Francisco insiste y gusta cantar y que canten sus hermanos el cántico de las Criaturas.

Llegó enero del año 1970, se cumplían siete años de mi llegada al Perú. Me parecía soñar, no ya con las cosas de mi tierra, sino con el servicio que podría prestar a la iglesia peruana, ese fue mi ideal y para ello me estaba preparando. Pronto comenzaría el tercer año de Teología.

No hay comentarios:

Publicar un comentario